Es verdad, cada año prometo lo mismo; portarme como adulto en Navidad. Pero que quiere, imposible resistirse al hombre más deseado del año y apenas aparecen los ropopom pon y jingle bells, me olvido que estoy harto crecidita, vuelvo a calzar veintisiete y caigo en el histerismo de andar recolectando ramas de pino y galletas de miel.
Don Santa, en un mundo dispuesto a gastar lo que no tiene para ir a destruir el planeta Marte y considerando que usted viene sólo una vez al año, que probablemente no vea televisión ni esté acostumbrado al ajetreo y bondad comercial que se genera alrededor de su llegada, me atrevería a darle un par de tips para cuando venga a repartir los regalos.
Antes que nada, sugiero que el viaje lo realice lo más alejado posible del "camiiino que lleeeva a Beeelén"; se evitará malos ratos, ¡créalo! Una vez en Occidente, especialmente cuando alcance las latitudes de nuestro país y ya aterrizado, hágase el ánimo, no se baje del trineo, no sea cosa que sea víctima de un portonazo; están a la vuelta de la esquina, y proteja a sus renos de los "abigeatos" de fin de año.
Don Santa, le cuento que en nuestra diócesis se celebró la Navidad de los Inmigrantes; gracias a la generosidad de los fieles católicos; muchas familias extranjeras pudieron sentirse por un día "en casa". Como puede ver, a pesar de los políticos, la delincuencia, corrupción, terrorismo, el cambio climático, la crisis mundial y el consumismo, esta celebración es distinta a las demás porque pareciera que en este caso, las personas pensaran más en el otro antes que en sí mismos.
En fin, por eso, querido don Santa, le ruego haga caso omiso de las "malas vibras" de nuestro tiempo y a la hora de recorrer nuestra tierra, reparta paz a las personas de buena voluntad y especialmente a las de mala voluntad.
Casi lo olvido, no se le ocurra combinar trineo con Transantiago (un desastre), ni tomar el tren al sur (aún no existe)...
Sin otro particular y como es mi deber, se despide de usted, como siempre, una niña disfrazada de mujer.
Vivian Arend