Si hay un rasgo que distingue a una parte importante de la especie humana, es su egoísmo y su tendencia a la ingratitud e indiferencia. Y si hay un grupo enorme de personas con las cuales hemos sido ingratos, egoístas e indiferentes, ese grupo corresponde a las personas de la tercera edad. O como ellos prefieren: adultos mayores.
Los adultos mayores constituyen un numeroso contingente de casi tres millones de chilenos, y muchas de ellos viven en condiciones indignas y de pobreza, con pensiones que podemos catalogar de miserables, que quedan -a menudo- abandonadas a su suerte, con enfermedades crónicas e irreversibles, viviendo su día a día en soledad y con desesperanza, al grado tal que, de acuerdo con un estudio de la Pontificia Universidad Católica de Chile de 2015, las personas mayores de 80 años tendrían la tasa de suicidio más alta del país: 17,7 por cada 100 mil habitantes, seguida muy de cerca por el grupo entre 70 y 79 años, con 15,4, en tanto que el estudio reveló que el grupo de 20 a 39 años tiene una tasa de suicidio de 12,5.
Hace algunas semanas supimos de una pareja de ancianos de la ciudad de Ovalle que murió de inanición dejando a un hijo adulto con síndrome de Down en estado de total abandono, en tanto que otra pareja afectada de cáncer de la comuna de Conchalí y que vivía sola, optó por el suicidio. Para qué hablar de las diez mujeres que murieron quemadas en un incendio en un hogar de ancianos.
Alguien se preguntará… ¿y qué tiene que ver la ingratitud y la indiferencia de nuestra sociedad con los adultos mayores? Muy simple: el bienestar que está disfrutando, hoy en día, una parte de la población se lo debemos, justamente, a ese contingente de adultos mayores que, en su momento, se deslomó trabajando para hacer de Chile un mejor país y un mejor hogar para los chilenos.
Y… ¿cuál ha sido el pago de Chile, del Estado y de la sociedad civil? Pues observar indiferentes cómo miles de estos ancianos deben ir a recoger los rastrojos que dejan los feriantes con el fin de poner algo a cocinar en la olla. Mirar de lejos cómo sobreviven ante la falta de dinero y de atención médica oportuna. En definitiva, ver cómo deben llevar una vida indigna e inmerecida en la parte final de sus vidas, es decir, cuando más necesitan de nuestra atención, cuidado, respeto y gratitud. Recordemos, finalmente, que todos llegaremos a esa misma etapa de la vida. Por lo tanto… ¿no será tiempo de comenzar a cambiar esa actitud de indiferencia, desidia e ingratitud hacia nuestros adultos mayores?
Franco Lotito C., académico,
escritor e investigador