Recientemente hemos conocido la noticia respecto de la creación del nuevo Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, a través de la Ley 21.105. Con ello, Chile establece formalmente un cuerpo jurídico que permitiría brindar un soporte institucional al marco de acción y al alcance de las diferentes entidades dedicadas al financiamiento de la investigación, desarrollo, innovación y emprendimiento, tanto a nivel nacional como regional. Parece destacable el hecho que la ley reconozca la existencia de un sistema integral público, lo que permitiría fortalecer y/o crear mecanismos de coordinación adecuados entre las agencias ejecutoras de recursos. De alguna manera, lo anterior hace un llamado a prevenir problemas de duplicidad en el gasto público, y en consecuencia mejorar su efectividad.
Asimismo, la ley faculta al ministerio el diagnóstico y diseño de políticas nacionales y regionales en materia de CTI, en coordinación con instrumentos de planificación existentes a nivel regional, como lo son las estrategias regionales de innovación, y cuyo diseño se inició en 2012 de la mano de los gobiernos regionales, Conicyt, Subdere y Corfo, entre otros. Con todo, es dable señalar algunos aspectos que parece necesario tener en cuenta para que esta importante iniciativa tenga un impacto significativo en nuestra sociedad.
En un cierto sentido, esta ley representa de alguna manera un esfuerzo y contribución para promover el tránsito de Chile hacia una sociedad y economía basadas en el conocimiento y el desarrollo tecnológico. Sin embargo, la experiencia de los países desarrollados indica que el hecho de que éstos cuenten con ministerios de ciencia y/o innovación, no es en sí mismo suficiente. Se requiere que todo el entramado de actores del sistema nacional, regionales y sectoriales de innovación aporten.
Las universidades, y en general el cuerpo académico y estudiantil, estamos llamados a trabajar mancomunadamente con el tejido productivo local, agregando valor a través del conocimiento y la innovación a sectores existentes, pero también buscando y diversificando nuevos rubros basados en servicios tecnológicos que permitan desarrollar nuevas empresas y soluciones a problemas, que se desarrollen desde el sur de Chile. Se trata de una ley que debe ser aplaudida por el entorno, pero que requiere el apoyo y colaboración de centros de I+D+i, universidades, empresas y emprendedores, para que esta iniciativa anhelada desde hace tanto tiempo, se traduzca realmente en resultados concretos.
Marco Rosas Leutenegger, director de Innovación
de la Universidad Tecnológica de Chile Inacap Osorno