"Subsidiados en pleno barrio ABC 1", "por ningún motivo", dicen unos. "Tenemos derecho", rebaten los otros. ¿Quién está en la razón? Considerando la voluntad que como hermanos debemos tener para apoyar al que lo necesita y los impuestos que debemos pagar para solventarlos, sería inteligente plantearnos cómo llegamos al mito de la casa propia. ¿Cómo fue que una solución típica chilena, "pase no más compadre", se transformó en "no tengo casa, el Estado debe solucionarlo"? Y en menos que canta un gallo hoy basta ser chileno para exigir casa propia.
Según la Declaración Universal de Derechos Humanos (Artículo 25), toda persona tiene derecho a una vivienda digna. No obstante, más allá de la declaración de derechos universales o de las constituciones de cada país, cabe preguntarse desde la lógica y el criterio más simple, ¿qué hace que un individuo pueda obtener o contar con una vivienda?
Como se sabe, antiguamente al troglodita le bastaba una caverna para protegerse él y su familia, en esa época regía la estricta propiedad privada, la cual los miembros del clan defendían con su propia vida. Hoy, en cambio, nuestra sociedad ha "evolucionado" a un concepto comunitario en el cual se perfila una especie de solidaridad obligatoria impuesta a través de los impuestos, valga la redundancia (dicho sea de paso, no basta con deslomarnos, sudar y/o pelear hasta conseguir una casa, pues si no pagamos impuestos, nos la quita el Estado).
Entre ambos extremos de la propiedad privada a comunitaria, surgen preguntas esenciales: ¿Tengo como alimentarme? ¿Tengo techo? ¿Tengo recursos para mantener "estos bienes"? ¿Cuento con suficiente para mantener a una familia? Y luego, una vez que tengo todo esto, ¿puedo, además, aportar para la vivienda y mantención de otras familias?
Es extraño, se supone que el hombre tiene el cerebro más desarrollado del reino animal, sin embargo, nuestros hermanos pájaros, con su pequeño cerebro, primero hacen el nido y después ponen los huevos. Y nosotros, primero ponemos los huevos y después exigimos el nido. ¿El cerebro más evolucionado? …En fin.
Vivian Arend