Hace algunos años que hablamos de cocina chilena cada vez con mayor propiedad y autoridad. Por largo tiempo creíamos que la cocina nacional no tenía ningún potencial digno de exportar o de poner en las mesas del mundo; sin embargo, de un tiempo a esta parte nos hemos ido posicionando no sólo alrededor del planeta, sino que también en el imaginario colectivo de los propios chilenos.

En distintas instituciones de educación superior, y en el caso de Osorno a través de la Universidad Tecnológica de Chile Inacap, nos hemos dedicado en conjunto con chefs y el sector productivo a formar jóvenes con arraigo por sus culturas y poner en valor nuestros productos y recetas, logrando reconocer ingredientes, preparaciones, historias y culturas que en la cocina se reúnen. Es así como hoy en día podemos hablar de sopaipillas, diferenciando las de zona central con las de la zona sur. Podemos tener una preparación con el mismo nombre, pero que en la misma latitud de nuestro país se prepare de forma diferente, sólo por encontrarse más cercano a la costa que a la cordillera, o bien, por encontrarse en regiones diferentes.

Esto nos habla de la riqueza cultural nacional y que es posible evidenciar en algo tan sublime como las preparaciones que nos alimentan día a día. La formación profesional que entregamos a nuestros estudiantes busca motivarlos, reforzar las imágenes identitarias, construir y adoptar un sello característico. Actividades como Osorno a Fuego Lento y la conmemoración del Día de la Cocina Chilena permiten reforzar y revalorizar productos; realzarlos con técnica y cariño para entregarles el valor agregado que permita potenciar sus características y cualidades, sin olvidar la tradición del campesino, la "ñaña" o el agricultor que se encuentra detrás y que hace posible disponer de los ingredientes y preparaciones que nos representan como país.

Es importante destacar a los inmigrantes que nos han aportado con diversas formas de hacer las cosas, adaptando los ingredientes de su nuevo hogar a las recetas de sus lejanas tierras, teniendo como resultado transformaciones e interpretaciones únicas que no son posibles de degustar en ninguna parte del mundo, sino que única y exclusivamente en Chile. Esto es nuestra cocina, la cocina chilena que cada 15 de abril celebramos de manera oficial.

Jorge Ojeda Torres, director de carrera del Área "Hotuga"

de la Universidad Tecnológica de Chile Inacap Osorno

De cuando en cuando, y para justificar los retrasos en materia de investigación penal, se suele decir que "no hay crimen perfecto", que al final del día, o de los años, quien cometió un delito, por más inteligente o hábil que sea, terminará delatándose por un error, por el remordimiento de conciencia o porque sencillamente las diligencias policiales han sido tan eficaces que logran aclarar todos los pormenores del hecho y dar con los responsables para llevarlos ante la justicia. Pero la realidad dice lo contrario. Hay crímenes atroces o solitarias desapariciones que con el paso de los años empiezan a empolvarse en los escritorios de los investigadores, para el pesar de familias que esperan con ansias alguna pista para saber lo que ocurrió con su ser querido.

Esto es precisamente lo que ha pasado con el caso de la estudiante osornina Hasper del Río, que el 9 de abril del año 2008 salió desde su casa en Francke con dirección al Instituto Comercial, donde estudiaba. Se despidió de su familia y enfiló hacia la calle, pero nunca llegó a clases. En esa época, la desaparición acaparó la atención de los medios de comunicación y de la propia Fiscalía y la PDI, que estuvo a cargo de las diligencias, pero, literalmente, nada se supo. A una década de ese extravío, el paradero de Hasper del Río, de entonces 15 años, sigue siendo un misterio que dolorosamente carcome a su madre, familiares y el circuito más íntimo de sus amistades.

Si detrás de la desaparición de Hasper del Río hubo responsables criminales -lo que es, en todo caso, lo más probable-, tristemente sí se estaría entonces frente a un crimen perfecto que la opinión pública no puede ni debe olvidar. Asumir que hace una década, una niña de 15 años salió desde su hogar en Osorno y se extravió para siempre, debería remecer a la comunidad y sobre todo a quienes pudiesen tener algún antecedente de lo que sucedió en esa época. Hay una madre y una familia que necesitan algo más que el consuelo o las explicaciones habituales de un sistema penal que aquí, por lo menos, ha fallado.

La desaparición de Hasper del Río no puede quedar en el olvido.