La isla de Tasmania en Australia o Nueva Zelanda, en sus suelos volcánicos entre los 40 y 41° Latitud Sur (como Osorno), tienen una viticultura de calidad hace más de 30 años con cepas de ciclo corto de origen europeo y principalmente francesas. Hace ya casi 20 años llegaron a la zona de la provincia de Osorno unos visitantes fuera de lo común, las plantas de vid que iban a ser punta de lanza para desarrollar un sueño de dos primos osorninos que quisieron probar y, por qué no, desarrollar un nuevo rubro para la Región. Pero lo más importante era poder llegar a beber un vino producido en casa.
El camino de estas plantas no fue menos escabroso que el de una familia a la que le toca colonizar un sitio inhóspito en un país desconocido. No fue fácil abrirse paso entre copiosas lluvias, heladas primaverales, granizos y fuerte competencia con malezas por la riqueza del sitio. Así como estas plantas de vid aprendieron poco a poco a vivir en esta nueva condición que se les imponía, la gente que tuvo el sueño y se atrevió, fue aprendiendo de estas bellas, nobles y rústicas damas.
El aprendizaje de estos pioneros fue lento, pero nutritivo. Por otro lado, las plantas llegaron a una madurez y conocimiento del terruño que les dio las armas para mostrar sus mejores atributos, hasta ahora no conocidos en el mundo vitivinícola nacional. El origen europeo de estas cepas es de un clima muy similar al nuestro y su exposición a las condiciones de nuestra región activó la memoria genética de estas nobles plantas, logrando una expresión milenaria, compleja y fresca al mismo tiempo.
Después de recorrer la primera parte del camino, el producto de este emprendimiento trascendió la mesa familiar de estos pioneros, ya que el vino obtenido ha gustado y deslumbrado a entendidos foráneos y nacionales, obteniendo reconocimiento en calidad, innovación y perspectivas de futuro. Cabe mencionar casos como el espumante Ribera Pellín, escogido como el mejor del año, su Chardonnay como vino revelación y el Cruchon del Coteaux de Trumao como el tinto del extremo sur. Estos reconocimientos hacen que ya no se trate de una loca aventura familiar, sino que de una oportunidad de hacer algo distinto, con futuro, para un mercado cada vez más exigente y que se deja sorprender. Hoy el mercado espera ansioso la producción de Los Lagos, para ver qué nuevas apuestas se generan en la zona y disfrutar con estos mostos nunca antes producidos en Chile.
Rodrigo Moreno Orellana, ingeniero agrónomo