Cuando ingresamos a cualquier ciudad moderna nos damos cuenta que estamos en un mundo de autos y nos tenemos que andar con cuidado. Si tratamos de recorrer a pie nos damos cuenta que se nos pasan las horas para ir de un lugar a otro con escasa señalización, estrechas vías peatonales, muchas rayas en el suelo, luces y pitos en cada cruce, sumado a gritos e insultos por no haber visto una señal que favorece al automovilista. Si estamos a pie, estamos en segundo lugar después de los autos.
Qué duda cabe, los autos se han adueñado de la ciudad moderna. La población se ha acostumbrado a vivir en los escasos espacios que dejan los vehículos. La planificación de espacios públicos que realizan los municipios resulta de lo que sobró a los automóviles o de lo que no se usó en la vialidad. La vialidad automotriz, las calles, los estacionamientos y los letreros de tránsito son prioridad a la hora de ordenar y distribuir el espacio urbano. Las vías peatonales, veredas, plazas y cruces peatonales son una consecuencia de lo que nos deja el automóvil y por ende, algo secundario. Estamos en verdad rodeados de autos en movimiento que tienen preferencia por encima de las personas.
Es la herencia de la ciudad del automóvil. Lo paradójico es que a pesar de las ventajas y preferencias que tienen los autos, resulta muy difícil y lento circular en auto y cada vez más peligroso circular a pie. Los vehículos, en su afán por circular y recorrer la ciudad, siempre buscan estacionarse en la puerta de su destino, en el frente de la casa o local comercial; los automovilistas no queremos caminar una cuadra. Hoy, para ir a cuatro manzanas de distancia todavía usamos el auto y ocupamos un estacionamiento en la calle.
Para garantizar la circulación de los autos existen letreros, postes y señales en la mitad de la vereda, impidiendo la circulación libre y segura de las personas a pie, sin importar que los peatones choquen con ellos. Lo que importa es que sean visibles al conductor de cada vehículo. A falta de espacio por las veredas pequeñas, ahora llenamos de letreros aéreos, contaminando el espacio aéreo de cruces y calles.
Estamos tan acostumbrados a ese enjambre de colores, de luces y letras que ya no echamos de menos el cielo o las nubes, ya no disfrutamos de nuestro paisaje. Los letreros y mensajes son nuestras fachadas, ocupan el frente de los edificios y calles y están ahí para asegurarnos que la ciudad está pensada y planificada en primer lugar para los automóviles. Nuestra city vive sobre ruedas, primero los autos, luego los edificios, las calles, las angostas veredas, con suerte las plazas o parques, y al final las personas.
Raúl Ilharreguy, arquitecto