Mientras lee esta columna, alguien interviene un espacio público de la ciudad, rompe un pedazo de vereda, hace una fosa en el frente de su casa para instalar alguna cañería o corta el pavimento de la calle e instala una barrera. Esto no sería un problema si lo hiciera con los permisos respectivos y eso se cumpliera de principio a fin, es decir, se garantizara que cada lugar quedará igual o mejor. Lo malo viene después de tapar los hoyos con tierra, ya que no se reconstruyen los pavimentos ni las áreas verdes. La tierra que sobró queda por meses, las fosas que se hicieron a desnivel se tapan con escombros y el barro se apodera de las veredas.
En el centro, los pavimentos tan cuidadosamente instalados con colores y dibujos son rotos sin contemplación ni geometría para hacer fosas que contienen las cañerías viejas y cañerías nuevas. Todas se tapan con tierra y escombros de la demolición y nunca se reponen los pavimentos originales. No se reconstruye lo que había, queda la vereda rota por meses y meses con barro y desniveles, no se instalan las baldosas del mismo color o diseño y los parches de diferentes colores y texturas serán nuestras nuevas fachadas. Los contratistas se van poco después de tapar los hoyos, parchan las calles, retiran las barreras de seguridad, les reciben las obras, les pagan y nuestros espacios públicos quedan así a medias, pavimentos rotos, veredas discontinuadas y áreas verdes destruidas. Nadie sabe donde reclamar, el Serviu, el Minvu, el municipio, ¿quién es el jefe de nuestros espacios públicos?
Osorno es una ciudad en construcción que sigue mejorando su funcionamiento urbano. A pesar de la situación económica del país, la ciudad lidera en obras, se renueva por diferentes lados. Algunos proyectos dependen del Gobierno o municipio y los más son de iniciativa privada. Todos juntos van a cambiar o modernizar alguna parte de la ciudad y ello será un aporte a nuestra economía y a la población. Sabemos que el proceso de hacerlo (construir) tiene impacto sobre vecinos y sobre los habitantes en general, sabemos que eso es temporal y que al término de los trabajos sentiremos la mejoría y disfrutaremos el aporte, pero, ¿cuándo se terminan?
¿Quién es la autoridad en las calles para decir la última palabra, para recibir las obras y darlas por finalizadas, para certificar la calidad y el cumplimiento de lo especificado, para exigir las garantías por su correcta ejecución? Alguien no está siendo riguroso y creo que es nuestro deber exigir que los espacios públicos que se intervengan en la ciudad sean devueltos en el plazo comprometido. No es mucho pedir.
Raúl Ilharreguy, arquitecto