El jueves asistí a una exposición acerca de valoración del patrimonio. El contexto de análisis fue la Plaza de Armas y sus frentes de edificio. Lo más interesante fue que quedaron en evidencia los cambios no acertados, que a juicio de los expositores ha tenido, por una parte la Plaza de Armas en términos paisajísticos, y por otra, aquellos observados en el edificio municipal.
El primero porque el arquitecto y paisajista alemán Oscar Prager propuso dos ejes en cruz con una serie de hileras de arboledas perennes y caducas para distinguir los frentes reforzando su diseño, de las cuales sólo se conservan dos y algo más, y donde parte de ellas han sido reemplazadas sin conocimiento de la idea original de abrir y cerrar estos frentes de manera natural utilizando el follaje. El segundo porque Erwin Weil, Premio Nacional de Arquitectura, proyectó el edificio consistorial en base a dos elementos: una placa y una torre. Esta última ha perdido también la idea original de verticalidad traducida en finas líneas longitudinales que la estructura posee, y que se han ocultado por la falta de profundidad de los antepechos que soportan las ventanas horizontales, y que Weil en su diseño disimuló para realzar la vertical. Pero quizás la transformación más importante e imperceptible a la vez radica en la pérdida total de su terraza, donde funcionó un café.
Es aparente que la conservación del patrimonio, sean edificios, conjuntos, sitios o lugares de interés no sólo depende de la obvia inversión para el cuidado y mantención de los ellos, sino también de tener los conocimientos que permitan recuperarlos de manera eficiente y acorde a las ideas originales de quienes los proyectaron, y por cierto, de la valoración de la comunidad, pero, ¿cuánto de lo uno, de lo otro, o de lo último aportamos? Muy poco. Es imposible sostener nuestro patrimonio si no contamos con los conocimientos para resguardar el origen y el sentido primero que ellos tuvieron, y menos sin recursos.
Abrir los edificios a la comunidad para que se conozcan en el Día del Patrimonio y generen al menos conciencia de los que tenemos, es un primer paso, pero insuficiente. Se requiere, por una parte, aportes reales en incentivos económicos y compensaciones para quienes posean estos edificios o áreas de interés patrimonial -en el caso de municipios-, pues es claro que sus propietarios no son capaces de abordar ni soportar la mantención, quedando a merced de la voluntad o del paso del tiempo. Y no tendrían por qué, pues es el patrimonio de todos.
Paulo Arce Moreno, arquitecto y
presidente de la CChC de Osorno