Que sólo el 10% de las donaciones de órganos se pueda materializar por la aprobación de los familiares, nos demuestra claramente que aún resta mucho por aprender sobre el aprecio al prójimo y sobre nuestra visión de la vida.
Resulta paradójico que apreciemos más un cuerpo inerte que la vida, que valoremos más un órgano que proyectar la felicidad de otros que aún tienen una oportunidad.
Y lo más frustrante es que muchas de estas personas que fallecen tienen toda la disposición de hacerlo en vida, pero finalmente sus parientes terminan por abortar su anhelo, ya sea por falta de información, temores infundados o por el dolor de la partida que les impide tomar decisiones más objetivas.
La modificación a la ley de trasplantes a través de la ley 20.413, incorporó un cambio fundamental: el concepto de "donante universal", considerando que toda persona mayor de 18 años será considerada donante de órganos una vez fallecida a menos de que haya manifestado su voluntad de no serlo.
Aún así la mayoría de las familias se resiste a la donación restando a otras personas poder prolongar su vida.
Por eso resulta tan destacable el testimonio aparecido este domingo en el suplemento de Reportajes de El Austral de Osorno, donde Gladys Arteaga relata el momento en que decidió cumplir la voluntad de su esposo Mariano Rivas.
El hombre, tras sufrir un paro cardiorespiratorio fue internado en la clínica, donde finalmente sufrió una muerte cerebral. Ante tal panorama se le acercaron a Gladys los profesionales de la Unidad de Procura y Trasplante de Osorno, a quienes les respondió que cumpliría el deseo de su marido. Gracias a este gesto, Mariano entregó sus córneas, el hígado y dos riñones.
Según dijo Gladys en el reportaje, decidió contar su historia para que inspire a otros a seguir el ejemplo de su familia, que respetó la decisión del donante.