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Poscastrismo afronta reto del recambio y reformas de un resultado incierto

FUTURO. Tras la muerte de Fidel, y con un mandato de Raúl Castro pronto a terminar, la gran interrogante es si las nuevas generaciones de dirigentes cubanas asegurarán la continuidad del longevo régimen.
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Con la muerte de Fidel Castro, Cuba se acerca a la era del poscastrismo en un país donde el mandato de su hermano Raúl tiene fecha de caducidad y donde la gran interrogante es si las nuevas generaciones de dirigentes asegurarán la continuidad del longevo régimen que comenzó en 1959.

La desaparición del ex Presidente cubano se produce, además, en un escenario marcado por las expectativas que ha suscitado el histórico giro en las relaciones entre Cuba y EE.UU., tras el restablecimiento de relaciones diplomáticas concretado en julio de 2015, que puso fin a más de cinco décadas de enfrentamiento entre ambos países.

Durante décadas, muchos se han preguntado si la Revolución Cubana podría sobrevivir sin su máximo líder, cuyo retiro del poder en 2006 ya abrió una nueva etapa en el país con el mandato de Raúl Castro, heredero y continuador del único régimen comunista de Occidente, pero con una impronta reformista.

Relevo moderado

Consciente de que el reloj biológico es inexorable y de que el recambio generacional ha sido una de las asignaturas pendientes del régimen, el pragmático Raúl Castro (85) ha dado varios pasos para encaminar un relevo institucionalizado y moderado que asegure la pervivencia del sistema socialista cubano.

"Nosotros estamos concluyendo el cumplimiento de nuestro deber, hay que dar paso a nuevas generaciones o seguir abriéndoles paso paulatinamente", afirmaba el general-Presidente ya en 2006, pocos meses después de asumir las riendas del poder en Cuba tras la enfermedad de su hermano mayor.

Quizás por eso, dice la agencia EFE, cinco años después anunció la decisión de limitar los cargos políticos a un máximo de diez años (dos mandatos consecutivos), una medida sin precedentes que incluye al Presidente del país.

De ese modo, Raúl Castro debería dejar la Presidencia de Cuba en 2018, después de haber sido reelegido para un segundo mandato de cinco años en febrero de 2013, fecha en la que, además, designó como primer Vicepresidente y número dos del Gobierno a Miguel Díaz-Canel, nacido en 1960, en una clara señal de renovación generacional en la cúpula del poder cubano.

El nombramiento de Díaz-Canel fue definido por el propio general Castro como "un paso definitorio en la configuración de la dirección futura del país", convirtiéndolo así en una suerte de sucesor.

El actual primer Vicepresidente cubano es el principal rostro de un grupo de dirigentes que no pertenece a la generación histórica de la Revolución (nacieron después de 1959) y que han sido promovidos a destacados cargos políticos durante la etapa raulista.

A ese grupo también pertenecen figuras como el también Vicepresidente Marino Murillo, coordinador de la "actualización" del general Castro y considerado el "zar" de las reformas que en los últimos siete años han abierto controlados espacios a la iniciativa privada y eliminado prohibiciones que durante décadas agobiaron a los cubanos.

Cambios en gabinete

En su primer mandato (2008-2013), Raúl Castro realizó numerosos cambios en su gabinete, el más sonado de todos en 2009 cuando efectuó una profunda reestructuración en la que fueron destituidos el Vicepresidente Carlos Lage y el canciller Felipe Pérez Roque, en quienes muchos veían entonces las caras del recambio en Cuba.

El Presidente también elevó a destacados puestos a mujeres de menos de 50 años: es el caso de Mercedes López Acea, que ingresó en el buró político del gobernante Partido Comunista de Cuba (PCC) en el Congreso de 2011 y que es la primera secretaria del partido en La Habana.

Sin embargo, también quedan aún en activo históricas figuras de la "vieja guardia" revolucionaria en destacados puestos del régimen, como es el caso de José Manuel Machado Ventura, de 86 años y segundo secretario del PCC, y Ramiro Valdés, de 84 años, uno de los "históricos" de la Revolución Cubana, participante en la acción militar que le dio inicio el 26 de julio de 1953.

Con "jóvenes" o con "históricos", en cualquier caso el poder en Cuba se articula en torno a dos poderosas estructuras: el Partido Comunista, garante de la ortodoxia política de la Revolución, y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), que controlan los sectores clave de la economía cubana y sus principales empresas estatales.

Desaparecido Fidel y con el Presidente Raúl Castro, en Cuba sigue sin despejarse la incógnita sobre si las nuevas generaciones de dirigentes pueden garantizar el futuro de la revolución en un país que tiene en el envejecimiento poblacional uno de sus principales retos y donde muchos jóvenes se distancian de la política y sólo piensan en emigrar.

Reformas económicas

En el ámbito económico, Raúl Castro ha intentado "actualizar" la economía socialista del país desde que asumió el poder. Los resultados de esas reformas son aún una incógnita, también a la espera de una posible paralización del deshielo con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

En sus últimos años, el hombre que convirtió a Cuba en aliada de la URSS y que declaró irreversible el socialismo en la isla asistió desde su retiro a un plan de apertura emprendido por Raúl para garantizar la sobrevivencia de una revolución que siempre tuvo en la economía una de sus asignaturas pendientes.

Así, tras la enfermedad y retiro de Fidel, su sucesor se dedicó a la "batalla económica" de un país con un salario medio de apenas 20 dólares mensuales, con más de 1,8 millones de hectáreas agrícolas sin cultivar y con graves problemas energéticos, de vivienda o transporte.

El menor de los Castro puso en marcha en Cuba un plan de reformas que se tradujo en una controlada apertura a la iniciativa privada gracias a medidas como la ampliación del trabajo autónomo, si bien la principal forma de la economía de la isla sigue siendo la empresa socialista.

La isla se ha llenado de "microempresas" privadas como restaurantes, talleres de reparación, salones de belleza o gimnasios y negocios que sólo son posibles en un abanico de actividades muy limitado y que están lastrados por la escasez de productos, la inexistencia de un mercado mayorista o la creación de altos impuestos en un país de nula cultura tributaria.

La drástica reducción de las plantillas estatales, la eliminación de subsidios "paternalistas", el perfeccionamiento de la empresa estatal, la autorización de cooperativas privadas o el proyecto para eliminar el complicado sistema de la doble moneda que existe en el país son otras de las medidas destacadas de la "actualización" cubana.

Estos ajustes y otros de corte social como la reforma migratoria han aliviado levemente la vida de los cubanos, pero no termina por traducirse en un avance económico sustancial ni han elevado los niveles de producción de un país que sigue gastando al año US$ 2.000 millones en importar alimentos, porque las medidas para activar el sector productivo agrícola no han funcionado.