Cumplir sesenta
¿Por qué ahora que por fin podemos llamarnos mujeres con todas sus letras, la sociedad nos "sugiere" aparentar veinte años menos?
Antes los sesenta nos convertía en viejas de frentón, luego aterrados con tanta vejez nos bautizaron "tercera edad" y hoy además de ser abuelas, estamos en plena actividad social, laboral y aún con energía.
Entonces, ¿por qué nos sentimos desterradas? No somos tan viejas para usar zapatos cómodos ni tan jóvenes para usar bikini. Ni siquiera la moda ofrece un espacio para este grupo etario que aún no tiene estilo.
Así, las muy lesas insistimos en gastar fortunas en cremas y pociones mágicas y algunas incluso son capaces de vivir anestesiadas con tal de entrar al pabellón con rollo y arrugas y salir como quinceañera. Pero es lo mismo; uvas con gusto a pasa…
Y aquí estamos, tratando de descubrir por qué ahora cuando ya hemos criado hijos, aguantado marido, sabemos distinguir dorado de quemado, tenemos carácter para decir lo que pensamos, fuerza para hacer lo que decimos y algunas veces incluso sabiduría para concebir lo que queremos ¿Por qué ahora que por fin podemos llamarnos mujeres con todas sus letras, la sociedad nos "sugiere" aparentar veinte años menos?
En fin, para qué estamos con cuentos, todo empieza cuando pasadito los cuarenta la hembra del mamífero más inteligente de la creación principia a sufrir la transformación de su vida: las patas de gallo alrededor de los ojos y el rollo alrededor de la cintura; pecado mortal en una sociedad enferma de la facha, que idolatra la silicona y le tiene pavor a la realidad.
¿Realidad? Listo aquí se avinagra el artículo. ¿Qué pasaría si esa energía por conservar el cuerpo en "eterna juventud" la usáramos también para echarle algo al alma?
Así, mientras nuestra carcasa se deteriora inexorablemente, al menos tendríamos la tranquilidad que estamos cumpliendo con nuestro deber: junto con aceptar dignamente nuestra anatomía, aceptar nuestra madurez; lucir nuestras canas como nuestras virtudes y mostrar patas de gallo con tanto orgullo como nuestra riqueza interior… ¿O no?
Vivian Arend