La temprana partida del pequeño León Smith -por estos días se cumple un mes desde que ya no se escucha su voz- es el tipo de acontecimientos que, según sugiere Dostoievski, aconsejan devolver el boleto al universo. Uno de esos momentos absurdos e inútiles que cada cierto tiempo salpican la condición humana.
Gracias al enorme poder de los medios, muchas personas que sólo tuvieron la oportunidad de conocer su sonrisa en la fotografía de un periódico o en la pantalla del televisor, se conmovieron con su lucha por seguir viviendo, participaron del dolor y la espera de los padres, y asistieron al amargo desenlace como si se tratara de un hijo propio.
Es posible que para algunos su breve paso por este mundo (apenas cuatro años) sólo refleje la fragilidad de la existencia y, al mismo tiempo, la urgencia por disfrutar al máximo de aquellos momentos felices a los cuales la muerte pondrá punto final de manera definitiva. Para otros será quizás la comprobación de que el dolor es un círculo que no comienza ni termina nunca y dentro del cual nos hallamos fatalmente atrapados.
Pero los que tienen una mirada provista de fe son capaces de ver algo más en medio de toda esta negrura. Y de encontrar un sentido que pueda iluminar, aunque sea tenuemente, circunstancias que repugnan a la razón, tal como la muerte de un niño. Porque una cosa es saber que no tenemos todas las respuestas y otra, bien distinta, es la convicción de que esas respuestas existen. Ahí está toda la diferencia.
No tuve el privilegio de conocer personalmente a León. Pero sí pude reconocer en la dulzura de su mirada la entrañable ternura de otros ojos, los de su abuela paterna, una notable educadora que me ayudó a dar los primeros pasos en el mundo del conocimiento y en los senderos sobrenaturales de la fe. Para ella, un fuerte abrazo y todo mi cariño.
El ejemplo de León, su voluntad de lucha, su temple y optimismo, prevalecerán en el tiempo como prevalece todo lo que es verdadero.
Toca a los que quedamos aquí hacer un esfuerzo para que este mundo pueda ser un poco mejor cada día. Lo que incluye también, dicho sea de paso, impedir que la salud se convierta en una mercancía transada libremente en el mercado.
Xavier Echiburú