El patrimonio cultural de Chile se compone, entre otros, de aquellas piezas que nos legaron tanto los pueblos aborígenes como los inmigrantes. Hay por lo tanto un elemento temporal y atávico que está muy presente. Y es que el concepto de patrimonio tiene un origen remoto; proviene del derecho romano para nombrar los bienes que los padres heredaban a sus hijos. No obstante la importancia evidente que esto trae para cualquier nación, pareciera ser que en Chile el patrimonio arquitectónico sólo adquiere importancia durante el Día del Patrimonio Cultural.
Los elementos socioculturales han sido recogidos por la definición legal de medio ambiente. Es decir, cualquier menoscabo significativo al patrimonio cultural es, en teoría, constitutivo de un daño ambiental. En tanto protectora de este patrimonio, la ley debiera resguardarlo de las inclemencias del clima y de la mano del hombre. El problema es que nunca lo ha hecho de manera eficaz.
Si bien Chile ha ratificado la convención sobre protección del patrimonio mundial cultural y natural de 1972, mantiene una legislación obsoleta que data de esa misma fecha. En la Ley de Monumentos Nacionales, la sensación predominante es estar frente a un conjunto de restricciones y resguardos, una burocracia que entrampa y que dice que "no" a todo. Una ley que, por lo demás, fue objeto de referencia en la normativa urbanística recién en 2007. Por otro lado, hasta 2013 la Ley de Donaciones Culturales no permitía realizar donaciones a edificios patrimoniales que no fueran públicos. En 2005, se dictó una ley de exención del impuesto territorial para los bienes raíces declarados Monumentos Nacionales, siempre que no estén destinados a actividades comerciales, lo que resulta incomprensible y retrógrado.
Actualmente, las autoridades en general parecen estar enfrascadas en morosos proyectos de ley y reestructuración del Ministerio de Cultura, cuyo complejo entramado, sospecho puede suscitar más duplicación de funciones al interior del Estado.
Las grandes civilizaciones se han caracterizado por tener una visión trascendente de la vida, cuidando el sentido de belleza de sus pueblos, manteniendo su tradición e identidad. En Osorno destacan contadas iniciativas del sector público, así como el esfuerzo de unos pocos privados, como es el caso de la Casa Schilling (Mackenna) y la Casona de calle Errázuriz, teniendo como contrapartida a la Casa Follert como ejemplo de desidia y falta de visión. La nobleza de nuestra ciudad constituye parte del bien común y su belleza pertenece a todos. Actuemos en consonancia.
Pablo Saint-Jean, abogado