Apesar que moros y cristianos aprovechan este fin de semana largo, pocos son los que recuerdan que es tiempo de sacrificio.
Sacrificar. Este verbo está en casi todos los discursos, se menciona en todos los sermones y se nombra cada dos por tres como camino a las virtudes, sin embargo, el troglosapiens evita conjugarlo.
Aún más, la sola pronunciación de esta palabra le provoca lumbago y taquicardia. De hecho, ha construido la vida en base a des-sacrificar la cotidiana existencia: Tecnología para amasar con más holgura y leyes laborales para ganarse el pan con menos sudor. Armas de doble filo, porque lleva implícita la idea que el sacrificio es enemigo de "felicidad".
¿Y lo es? Por supuesto, imponerse un trabajo adicional para conseguir algo o beneficiar a otra persona, implica renuncia y un mayor esfuerzo, y eso es enemigo del éxito instantáneo, del placer material, mundano y pasajero. Y tanto que cuando pensamos así, desde madrugar hasta estudiar para obtener buenas notas se convierte en sacrificio. Y desde ocuparse de la higiene personal hasta ser amable en el trabajo, es un gran dolor. Eso en cuanto a lo anecdótico; hay ejemplos trágicos: Delinquir más fácil que trabajar, aceptar coima más práctico que ahorrar, cambiar de pareja más fácil que aguantar mañas y todavía peor; ser profesional de éxito más rentable que criar hijos.
Y aquí estamos, quejándonos de la corrupción, llorando miserias, espantándonos con la violencia, asqueándonos de la politiquería, compadeciéndonos, cual víctimas, como si este mundo nada tuviera que ver con nosotros.
Y tiene que ver, pero no lo pensamos, porque si lo hiciéramos se nos caería la cara de vergüenza. Vergüenza de ser tan viejos y todavía no saber conjugar el verbo sacrificar. Vergüenza que después de más de dos mil años, la venida de Cristo no es más que el intercambio de huevos de chocolate y que la conmemoración de su muerte, sólo un fin de semana largo, subir el precio de pescado y limones y ver "Cristos hollywoodenses" en televisión. Sí, vergüenza que esta apatía espiritual nos impida ver la verdadera pasión de Dios por nosotros al enviarnos a su hijo a morir por nuestros pecados.
Vivian Arend