Hoy en Chile estamos mejor preparados para reaccionar ante eventos extremos que en 2010. Los esfuerzos en política pública, tecnología, investigación y educación ya muestran resultados favorables: si bien el 2015 trajo múltiples desastres, las consecuencias fatales fueron mínimas.
Sin embargo, poco se discute sobre los impactos de más largo plazo de los desastres y sobre nuestra capacidad de recuperación socio-productiva a nivel regional.
En Biobío, por ejemplo, el 27F fue devastador para la pesca artesanal de pequeña escala. La destrucción de las caletas, la pérdida de embarcaciones y materiales, y las transformaciones del borde costero amenazaron las fuentes de subsistencia de muchos. Con ayuda del Estado, los privados y otras agencias se restituyeron botes y equipamiento (a veces más de los que había), se entregaron bonos/subsidios, y se implementaron algunos proyectos productivos. Pero el proceso encontró problemas: en la repartición de la ayuda, en la gestión de las organizaciones, y en la presión extractiva sobre zonas/recursos menos afectados. Como consecuencia, en la actualidad, si bien todo parece haber vuelto a la "normalidad", el panorama en muchas caletas cambió. Mientras algunas supieron transformar el desastre en oportunidad, otras se estancaron o decayeron.
La inquietud es también pertinente en la Región de Los Lagos. La erupción del Calbuco tuvo impactos significativos sobre diversas actividades de pequeña y mediana escala, como la agricultura, ganadería, apicultura y turismo. La respuesta fue oportuna y se entregaron bonos y subsidios especiales. Poco a poco todo parece volver a la "normalidad". Pero el evento es reciente y la información sobre el proceso de recuperación en los productores es limitada.
Los desastres son oportunidades únicas de aprender sobre nuestra sociedad en su interacción constante con una naturaleza a la vez generosa y hostil, y de construir capacidades de adaptación duraderas para enfrentar múltiples cambios y amenazas que vendrán. Aún es tiempo de recoger experiencias y repensar soluciones alternativas, más equitativas y sustentables.
Andrés Marín, investigador
del Ceder de la ULagos