El Informe de Desarrollo Humano del año 2012 (IDH 2012) y también, en parte, el del 2015, advierte de una paradoja fundamental que está instalada en la percepción que los chilenos tenemos, entre otras cosas, sobre nosotros mismos, sobre la idea de desarrollo y las instituciones. En resumen, pareciera ser que ha mejorado la confianza que las personas tienen sobre sí mismas y se mantiene (o aumenta) la mala percepción que ellas mismas tienen sobre las instituciones y, en particular, del mundo político.
De alguna manera la Encuesta CEP de noviembre del año 2015 confirma esta paradoja. Cerca del 62% de los encuestados declara sentirse satisfechos con sus vidas, mientras que el 83% de los mismos califica como malo o regular el funcionamiento de la democracia en Chile.
Un asunto importante que nos revela esta paradoja, como fuera advertido por el IDH 2012, es la materialización de una "percepción individualizante" del bienestar humano. Ha triunfado, con ello, la idea, en este país y tal vez en gran parte del mundo, de que la satisfacción del bienestar humano no es algo que pueda ser desarrollado como proyecto colectivo, sino que se trata de algo que depende fundamentalmente de la voluntad individual del sujeto.
Lo cierto es que en esta idea se esconde una concepción bastante restringida e ideológica sobre el bienestar y es precisamente sobre aquello que nos han venido advirtiendo los numerosos informes que sobre esta materia han sido publicados por el Programa de las Naciones Unidad para el Desarrollo (PNUD).
La elite política regional lamentablemente poco contribuye a generar grados de adherencia mayor a las instituciones y a la promoción de una ética que equilibre un sano interés por desarrollar un plan de vida individual y familiar con una ponderada preocupación por los asuntos colectivos.
El utilitarismo electoral con que son tomadas algunas decisiones, la ausencia de testimonios épico-estéticos capaces de entusiasmar en torno a ideas posibles de futuro, el optimismo desquiciado que tanto se aparta de las experiencias e imaginarios del ciudadano promedio, la escasa preparación para poder ver más allá del cortoplacismo pedestre y aplastante, el consumismo exhibicionista falto de gusto del cual son presas muchos actores políticos… en fin, la ausencia de estilo y el pragmatismo sin fronteras son los aliados perfectos para asesinar aún más el cuerpo de una actividad política que hace tiempo yace muerta en el suelo.
Fernando Codoceo, Doctor en Ciencias
Políticas e investigador del Ceder de la Ulagos