Karadima: el perdón que no fue
"Hay ocasiones en las que el amor a la Iglesia se manifiesta dando un paso al costado".
Llegó temprano a su cita en tribunales. Premunido de un rosario y una sonrisa fraternal, su imagen de sacerdote octogenario bonachón distaba mucho de aquella otra que ha ido conociendo la opinión pública, gracias al testimonio de quienes lo conocieron de cerca y luego decidieron alejarse de su lado: un hombre manipulador y violento, dedicado a promover el culto a su persona.
El mismo hombre que, más joven, amedrentaba con la fuerza pública a los menesterosos que tenían la mala ocurrencia de ir a pedir limosna a su parroquia en la década de los ochenta. Y que abusó, en incontables ocasiones y de la manera más abyecta, de jóvenes que buscaban amparo y consejo.
Fernando Karadima pudo haber aprovechado esta oportunidad para pedir perdón voluntariamente por las graves faltas de las que fue hallado culpable según la justicia vaticana. En lugar de eso, optó por negar terminantemente cualquier conducta impropia, a pesar de la abundante evidencia en contrario.
Por si fuera poco, argumentó problemas de memoria frente a temas específicos, lo que hizo recordar, inevitablemente, las respuestas cantinflescas que daba el general Pinochet cuando era sobrepasado por sus convenientes lagunas mentales.
Situado bajo ese mismo nivel de credibilidad, y en idéntica línea, las declaraciones del obispo Juan Barros resultan también lamentables. Sus explicaciones acerca del supuesto alejamiento de quien fuera su guía espiritual por más de tres décadas no se sostienen por sí solas, y además, son contradictorias con las propias palabras de su mentor Karadima.
Teniendo todos estos antecedentes a la vista, la Corte Suprema ha aceptado el envío de un exhorto al Estado Vaticano para conocer la investigación eclesiástica en contra del obispo de Osorno. Los alcances de esta diligencia, está demás decirlo, pueden tener consecuencias insospechadas.
La diócesis de Osorno merece más. No pongo en cuestión el amor hacia ella y el deseo de servirla de todos quienes nos reconocemos hijos suyos. Pero hay ocasiones en las que el amor a la Iglesia se manifiesta dando un paso al costado. Y evitando, con ello, profundizar en las odiosas divisiones que nada aportan al bienestar de la comunidad.
Xavier Echiburú