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Serenos ayudan a disminuir robos en casas de veraneo en La Costa

BALNEARIO. Entre los meses de marzo y diciembre, la mayor parte de las casas de Pucatrihue, Bahía Mansa y Maicolpué, se encuentran deshabitadas. Parte de la vigilancia la ejercen cuidadores privados, quienes se encargan de velar por estos domicilios hasta que en verano lleguen sus dueños. Carabineros aseguran que los robos se han reducido gracias a la acción de los serenos y aviso de vecinos.
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Leonardo Yevenes Ch.

Con gorra tipo jockey y fumando un cigarro, Arteaga Vega -como prefiere que lo nombren para no ser reconocido por su nombre de pila- sale de su casa de dos pisos ubicada a poco más de cien metros de la playa, a plena hora de almuerzo.

Este hombre de sencillo vestir, es desconfiado y prefiere que no le tomen fotos de frente. "Para no ser reconocido por los amigos de lo ajeno", agrega. Las razones que manifiesta, se basan en que desde hace 30 años aproximadamente, se dedica a vigilar casas en Maicolpué. Aquellos domicilios que durante el invierno, quedan inactivos debido a que sólo son usados por vacacionistas en época estival.

Arteaga Vega desarrolla una actividad casi incógnita, pero necesaria en la costa de la provincia; lugar donde más del 90% de las viviendas que se encaraman en los cerros, quedan prácticamente abandonadas a su suerte entre los meses de marzo y noviembre, quedando durante este periodo a merced de delincuentes que llegan hasta el balneario a saquear "hasta los muebles que están empotrados", explica.

Trabajo incógnito

Aunque son varios los "vigilantes" que en Bahía Mansa, Río Sur y el mismo Maicolpué desempeñan este oficio, es complicado ubicarlos, dar con ellos o de ser el caso, que deseen conversar y hasta sacarse una foto de frente mostrando el rostro.

Es el caso de Arteaga quien explica que una de las claves para ejercer este oficio de manera tranquila y poco riesgosa, es no darse a conocer, que quienes andan con malas intenciones, no lo reconozcan y crean -cuando los vean- que es un vacacionista o trabajador más que anda realizando sus labores del día. Otra es la de conocer prácticamente a todas las personas que viven en el sector, lo que le permite darse cuenta cuando alguien ajeno al balneario, anda dando vuelta con malas intenciones.

"Se les nota en la cara, en sus movimientos, en cómo andan mirando casas y viendo con detalle por dónde pueden entrar", señala Arteaga al momento en que arroja al suelo el cigarro que termina de fumar.

Según este hombre de 70 años, antes a la costa llegaban muchos más ladrones de los que arriban hoy en día. Y es que antes -por lo menos en Maicolpué- existía una extensa zona de carpas frente a la playa, lo que permitía que entre la gente honrada, llegaran delincuentes a instalarse sin tener que pagar algún servicio de alojamiento.

"Ahora el camping no existe, por lo que por lo menos aquí ya no tenemos ese problema tan acentuado, pero a los 'malulos' que llegan, uno los conoce 'altiro', pues la mayoría viene de Osorno".

Una de las técnicas que utilizan los ladrones, sería la de venir a vacacionar en verano, para luego volver en invierno hasta en camionetas y cargar todo lo que puedan llevar, desde utensilios, hasta muebles grandes, explica este hombre jubilado, quien asegura que sólo en Maicolpué, deben existir al menos unas 700 casas.

Por eso Arteaga Vega señala que actualmente no cuida más de cuatro casas a la vez, ya que cada inmueble implica mucha dedicación y tiempo. Por lo mismo acepta hasta cierta cantidad de clientes a los cuales les cobra mensualmente, desde 40 mil a 60 mil pesos por el servicio.

Eso sí, este hombre que llegó hace 45 años desde Río Negro explica que no acepta llaves de los domicilios, sólo los vigila por fuera, "porque existen casos en que cuando uno tiene la llave, se convierte en el primer sospechoso", dice el vigilante.

Retirado

Isaías Melillanca vive prácticamente en la mayor altura de Río Sur (o Maicolpi para los lugareños). Desde su hogar domina la vista de casas y caminos que se conectan a este sector de la costa.

Carpintero de profesión, Isaías de 53 años de edad acaba recién este verano, de retirarse del oficio de 'vigilante'. Según comenta, la responsabilidad de estar cuidando casas es alta; ello porque los robos -aunque admite que han disminuido- se siguen produciendo en la época en la que los veraneantes abandonan la zona.

Según Melillanca una de las razones de su decisión, radica en que la mayor parte de la gente ofrece poco dinero por un trabajo que requiere de gran responsabilidad. De todas formas dice que la mayor parte de las personas que posee un espacio en la costa, dejar su casa a su suerte durante invierno.

"Hay mucha gente que es confiada y que cree que no le va a pasar nada a su casa y otros simplemente, deciden no dejar nada en las viviendas con lo que puedan tentar a los ladrones. Con eso prácticamente, ahuyentan a esta gente", explica este hombre que desde el verano cuando abandonó el oficio de cuidador, se está dedicando exclusivamente al trabajo con madera en un campo cercano a su casa.

De la misma manera Melillanca -quien siempre se hace acompañar de sus cuatro perros- explica que antes no sucedía esto.

"La gente antiguamente acostumbraba dejar sus casas llenas de cosas que no querían volver a llevarse a Osorno, pero al darse cuenta que cuando volvían en vacaciones ya no había nada, ahora decidieron dejar las casas vacías. Ahora si alguien deja algo, a lo más son muebles empotrados para que no se los lleven", comenta el ex vigilante quien explica que su labor hasta sólo hace unos meses atrás, consistía en ir todos los días y a diferentes horas y revisar los domicilios encargados y ver que todo estuviera en orden.

Además de eso, entraba y ventilaba las viviendas para mantener que todo en buen estado, especialmente por las plagas de insectos o roedores. El problema para Isaías, consistía en que la mayor parte de sus clientes venía sólo a fin de año y ese era el momento en que recién recibía su pago, por lo que la tarea de cuidar no le entregaba estabilidad laboral ni económica.

Pucatrihue

Cada cierto tiempo en invierno y durante cada periodo de vacaciones en verano, Lorena Vergara disfruta junto a su familia de la casa que poseen en Pucatrihue.

Y si bien sabe que el tema de los robos afecta a toda la zona de la costa durante el invierno, admite que esto sucede más que nada, en Maicolpué.

"En nuestro caso no estamos tan temerosos de los robos; eso porque vamos todos los meses a pasar algún fin de semana a la casa, ya sea para descansar o para pasear desde ahí a otros lugares".

Además explica la mujer de 45 años, que afortunadamente cerca a la vivienda en la que vacacionan, se han instalado vecinos de forma permanente que están al tanto de lo que sucede, así como de quién entra o sale del lugar, por lo que aquello los hace sentir más seguros.

"Específicamente en nuestro caso, no estamos llevando y trayendo desde Osorno, cosas de la playa; pero eso sí, dejamos cosas que nos sirven en todo momento, pero que a la vez no llegan a tentar a los ladrones. Por ejemplo te puedo decir que siempre dejamos un poco de loza y mayormente cosas de casa que sirven para la playa. En suma nada que alguien se interesaría en robar", detalla Lorena.

Seguridad

En cuanto al tema de los robos ocurridos en la zona de la costa, Carabineros del retén de Bahía Mansa señalaron que si bien hace algunos años atrás el robo de casas en el sector de la costa era algo más frecuente, actualmente la política de vigilancia que mantiene la institución en el sector, ha reducido enormemente el número de casos.

"Actualmente hemos implementado un sistema de vigilancia que incluye las rondas nocturnas, por lo que es más complicado que llegue gente a robar en el sector. Antes habían mucho más denuncias que ahora", explica el cabo primero, Gerald Kortmann.

El uniformado señala que otro de los factores que ha influido en la disminución de delitos, es la mayor comunicación que existe con la gente que vive en la zona.

"Antes teníamos ese problema aquí, que era que la gente veía a personas sospechosas merodeando casas sin gente y no se comunicaba con nosotros, ahora nos avisan y a la vez se comunican con sus vecinos, lo mismo sucede con quienes cuidan casas y esto inclusive, ya es sabido por los mismos delincuentes".

Domicilios

El cobro por el cuidado de un domicilio durante el invierno, fluctúa entre los 25 mil y 60 mil pesos mensuales en promedio.

Alrededor de 700 son las casa que existen en Maicolpué, su mayoría están abandonadas durante el invierno.

80 por ciento y hasta 90 % de las casas existentes en los balnearios de La Costa, se encuentran deshabitadas en temporada baja; eso, hasta que llega la época de verano y vacaciones.

30 años aproximadamente lleva Arteaga Vega, trabajando en el cuidado de casas ajenas en Maicolpué. De esta manera ha podido prevenir gran cantidad de robos.

3 son los meses en los que turistas y dueños de casas en la costa de San Juan, usan las viviendas que, en invierno dejan abandonadas y cerradas con candados y cadenas.

"Libertad de movimiento" Phineas Gage"

Diez libros llegan a FILSA 2015 y al resto del país con las propuestas más sólidas de la producción literaria nacional: desde las crónicas de Tito Mundt hasta un Hijo de Ladrón ilustrado. FICCIÓN FICCIÓN NO FICCIÓN
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Antonio Skármetea


NUEVAS NOVELAS Y CRÓNICAS CHILENAS


"No ficción"

Alberto Fuguet


"Casa chilena"

Roberto Brodsky


"Una vuelta al Tercer Mundo"

Juan Pablo Meneses


"Tito Mundt, el último gran reportero"

Edición a cargo de Lucas Vergara Brunet


"La escuela tomada"

Alfredo Jocelyn-Holt


"La vida eterna de


"Hijo de ladrón"


"Chancho Cero"

Recopilación de la tira cómica creada por Pedro Peirano y editada originalmente en Zona de Contacto.


"No se oye, padre. Memorias políticas de Armando Uribe Arce"

Con este volumen de once relatos el Premio Nacional de Literatura 2014 vuelve a sus comienzos, es decir al cuento, mismo género con que inició su oficio en 1967. Correctamente la contraportada los presenta como un conjunto "cruzado por el tránsito de sus protagonistas a otros países", viajes que se emprenden por el exilio, buscando nuevos horizontes económicos o tras un lugar donde ser y estar. Con pericia va presentando historias de infancia y partidas, esas que son inevitables y desoladoras porque los niños son llevados por sus padres y juntos flotan precarios hacia mejores días que casi siempre, en el caso de Skármeta, llegan. También hay relatos más violentos y negros, como el de "Ejecutivo" en el que sobrevuela la envidia y venganza, al igual que en uno de los más largos, "El amante de Teresa Clavel". La mujer también es un personaje recurrente en estos relatos, ya sea como la emancipada azafata de "Huso horario", la fotógrafa madrileña de "Efímera" con su gran desplante en Punta del Este, o la mujer inmersa en una crisis matrimonial de "Corazón partío". Antonio Skármeta también alcanza a explorar en el hastiado de soledad que decide viajar, cual personaje de Poe o Bioy Casares, al alemán oriundo de Santa Cruz, Bolivia, que regresa a sus pagos para el funeral de su "opa".

Con sendos epígrafes de Susan Sontag y Javiera Mena, la última novela de Fuguet habla de ese amor que desuella al que ama y que también se modula como hambre eterna de querer estar con otro, ahondar en otro. Casi entera entregada al diálogo de sus protagonistas, Álex y Renzo, una especie de amigos/amantes que no pueden sostener tal grado, más aún si Renzo niega lo erótico de los dientes hacia afuera pero no puede evitar, y padecer, a la piel y su profundidad. La novela es más que una exploración homoerótica o un cuadro donde ajusta muy bien aquello de que "cada amigo un amor". Es también el recorrido de un ajuste de cuentas, un exorcismo, una expurgación en el tono más coloquial que sin detallar nada perfila un Santiago que cada día se expande más. Una ciudad al caer de la tarde, reverberante de cemento caliente, donde dos amantes truncos se dice las mil y una en un departamento de esos mínimos y con terrazas de vértigo, en esas cuadras donde antes había conventillos, veinte cuadras donde hoy "vive más gente que en todo Curicó".

FERIA DEL LIBRO

"Lo tuyo es volver a volver", se dice a sí mismo el protagonista de esta novela cuando sale a recorrer la avenida Irarrázaval y sus viejos barrios ñuñoínos que el exilio destiñó. Es un señor que es dramaturgo y ha pasado ya los 50 años. Vuelve a Chile a finiquitar la venta de la casa en la que vivió su infancia, cuando era un niño a veces abstraído, en otras angustiado esperando la llegada de los padres, pensándolos muertos quizás. El regreso a "la casa chilena" lo instala en un duelo con los arrendatarios que no quieren marcharse, una pareja que está haciendo agua y que son amigos del protagonista. Por mientras sucede esta batalla, que es tensa y demuele moralmente al protagonista, aparecen personajes femeninos que sobrevuelan a este hombre que gusta de Onetti y Billy Joel.

Hay una documentalista que hurga en algunas heridas, su mujer que sólo puede contactar por Skype y una "chica del acordeón" que se vuelve más desazón que pasión para este "torpe y distraído" que parece que ha bajado los brazos hace tiempo ya. Casi al final hay un recurso extraño que más que aportar al relato le da sobrepeso con una sombra innecesaria de vigilancia y paranoia.

El periodista Juan Pablo Meneses recorre diversos puntos del globo donde campea eso que llamamos Tercer Mundo y nos cuenta lo que allí vio y escuchó. Según apunta en el comienzo, "la travesía que viene a continuación no tuvo mayor objetivo que el de intentar iluminar las zonas más oscuras de la aldea global". Una que va desde el barrio de Flores en Buenos Aires, donde presencia los festejos por la asunción del Papa Bergoglio, para enfilar luego a la "ciudad de los gemelos", en el Brasil más campesino, el mismo que ocultó a connotados nazis como Mengele. Cruzando el Atlántico llega a la soleada Senegal para explorar Dakar y sus nostalgias del rally que la cruzaba. Otros destinos van acumulándose: Kuala Lumpur con sus malls, piratería y chatarra tecnológica; la mortal frontera entre Pakistán y la India al lado de una inglesa que guarda una burka en su mochila casi como un talismán; los restaurantes más caros de la hambreada Etiopía donde aprovecha de dar un vistazo a los huesos de nuestra común madre: Lucy; también, y por sólo seis dólares, recrea en Vietnam la dolorosa guerra y en Chiapas cae en el bar La Revolución donde una banda hace covers de The Doors. Por supuesto que Chile también es parte del itinerario: la mina San José de los célebres "33", y la vuelta al Cabo de Hornos en el buque escuela de la marina ucraniana, tan tercermundista que debe solventar los gastos del viaje subiendo a turistas alemanes.

El periodista Tito Mundt iba siempre de abrigo beige y sombrero. Entre sus labios colgaba un cigarrillo y luego otro y otro más. Fumaba como energúmeno y tecleaba como poseído su máquina de escribir con la urgencia de despachar cuanto antes la noticia al diario para que ésta se imprimiera y saliera a la calle. Era veloz. Para hablar, para pensar, para caminar, para imprimir y reimprimir. "Su figura encarnaba al típico reportero hollywoodense", anotó el compilador Lucas Vergara Brunet en el flamante libro "Tito Mundt, el último gran Reportero" de Lolita Editores.

La joya reúne las mejores crónicas de Mundt, publicadas en La Tercera de la Hora entre los años 1955 y 1971.

Mundt -cuenta Vergara Brunet- nació en 1916 y trabajó en las revistas Sucesos, Zig-Zag, Ecrán y Topaze y en los diarios Las Últimas Noticias, La Tercera, Extra y Sensación. Mundt se consagró al periodismo y a recoger las historias de la calle, no las de las conferencias de prensa. Su vida misma, finalmente se convirtió en una comedia. Lucas Vergara Brunet describe: "Mundt acompañó a su novia de aquel entonces a escoger el vestido de novia 26 días antes de la ceremonia. Quien atendía era Kanda. La vio, se encandiló y terminó casándose con ella sin mover la fecha que ya tenía agendada". La historia y relato de su trágica muerte, merece una lectura desde su original. Solo diremos que su cuerpo fue velado en la sala de redacción de la Tercera de la Hora.

Escrito entre el 2009 y el 2015, y a horcajadas entre la memoria y el ensayo de historia, traza el acontecer en torno a la toma de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile en el año 2009. Consta de diez capítulos que abren con epígrafes diversos: Saul Bellow, Alejo Carpentier, Norman Mailer y George Orwell, entre otros. Los primeros cinco son una crónica del hecho: la toma y posterior intervención de la rectoría; los últimos cinco son ensayos de alguien que lleva 36 años en el sistema universitario chileno y para quien la principal tarea de la universidad es cultivar, formar y ejercitar el intelecto. El texto está escrito con gracia, es ágil y abundan las polémicas, los dimes y diretes. Jocelyn Holt observa que las universidades públicas han sido el gueto de la izquierda más dura en Chile, que ambas comparten el ánimo derrotado y son los "(anti) socios dialécticos del liberalismo predominante". Advierte también sobre cómo los movimientos sociales pueden resbalar hacia el fascismo y lamenta el decaimiento de las Humanidades a favor de las ciencias duras que proclaman aquello de "el conocimiento es poder".

Siendo un quinceañero, en 1912, el escritor Manuel Rojas cruzó a pie la Cordillera de los Andes entre Argentina y Chile. Parte de esas duras vivencias y otras están en la novela Hijo de ladrón, uno de los primeros atisbos desde la narrativa chilena hacia estilos más contemporáneas y renovados, un relato que sobrepasaba el criollismo o el naturalismo y echaba mano a formatos vanguardistas como el uso de la corriente de la conciencia que imponía James Joyce o William Faulkner. Para esta edición, Christian Morales y Marco Herrera emplearon cuatro años en adaptar el texto de Rojas a un formato gráfico basado en ilustraciones de Luis Ernesto Martínez. En blanco y negro, el volumen le da cara y cuerpo al entrañable personaje de Aniceto Hevia y su existencia áspera y gozosa desde el anarquismo a los bajos fondos, practicando uno y mil oficios: lanchero, peón de campo, ferrocarrilero o pintor de brocha gorda, igual que el mismo Manuel Rojas quien se consideraba "una especie de obrero que escribe libros porque para ello tiene facultades".

En su debut como novelista, el periodista Francisco Aravena tomó un caso extremo de la medicina: el de un obrero estadounidense llamado Phineas Gage, que en 1848 y por accidente fue atravesado desde su mentón hasta la coronilla por un fierro. El joven, que tenía 25 años al momento del incidente, sobrevivió por casi una década a la herida que lo cambió para siempre. Gage, de quien se conserva el cráneo en un museo de Massachusetts, es puesto en la ficción por Aravena en la ciudad de Valparaíso, lugar al que dice la historia oficial llegó en 1852 y donde estuvo hasta 1859 trabajando como conductor de un carruaje de seis caballos que recorría la vieja ruta entre la capital y la ciudad puerto que hizo Ambrosio O'Higgins. Añade al relato las voces de otros personajes reales que conocieron el caso: la del médico Manuel Antonio Carmona, uno de los padres de la siquiatría chilena y pieza clave en el caso de la Endemoniada de Santiago, y su maestro Lorenzo Sazié, que fue uno de los pilares de la medicina en Chile. La obra ofrece pinceladas bien documentadas sobre el Valparaíso de la época, uno bullente de actividad y extranjeros, caen en el relato que también inquiere sobre los recién descubiertos terrenos de la neurociencia y el arrojo de quienes encabezan las investigaciones médicas, con un pie en la luz y otro en la sombra.

Publicados entre junio de 2000 y octubre de 2001, nos remontan a los orígenes de la Escuela de Lobotomía donde vagan felices, y a veces no tanto, los alumnos encabezados por Manuel "Moco" Soto, presidente del centro de alumnos. Estos primeros episodios cuentan cómo llegó Chancho a la escuela y se convirtió en un gurú a veces, y otras en un villano junto al pérfido Decano Avellana y su secuaz, el "subprofesor" Moya. Lo vemos metiendo goles a los de Economización Económica, de paseo en Cartaguano y haciendo frente al Megaguanaco. Personajes como Malenita Cuafato, eterna ayudante de Moco; Aparato, el que llevaba tres carreras y era "experto en sordidez universitaria"; Bartolomé Calavera, famoso fanático religioso; y Santo Bebedor, patrono del alumnado, refrescan la memoria de una tira cómica que jugaba muy bien exagerando lo decadente y feliz que a veces es la vida universitaria, una ventana al "capeo con ping pong, el patio-cantina, las pruebas con punto base, las licencias por depresión y el Ron Silber".

La autora de esta compilación se interesó por Uribe desde los tiempos del exilio, cuando él vivía en París y ella estaba en Madrid. Aquellas entrevistas la acercaron y ya en Chile, estudiando Literatura, conoció su obra y lo contactó por su magister. Memorias, ensayos, poemas y conferencias, de un período de más o menos 30 años, pasaron ante sus ojos. Lo político empezó a aflorar en reflexiones, por ejemplo, sobre la presencia de Estados Unidos en Sudamérica, sus impresiones sobre el Golpe del 73, el pinochetismo, el exilio y el derecho minero en los ochenta, una materia que conoce profundamente. "Uribe es un hombre notable, consecuente y lúcido, mordaz, implacable cuando se trata de decir lo que piensa. Es fiel a los valores de la dignidad, la solidaridad y la justicia. Para mí es el mismo hombre en su poesía, en su discurso como ciudadano o en su vida familiar. La consecuencia entre su pensamiento y sus actos es su característica más notable. Es católico, apostólico y romano, como él mismo se define, y condena a la vez, sin eufemismos, lo que él llama el "sistema capitalista neoliberal desregulado" que rige en Chile", afirma la autora.