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"Diario de mi residencia en Chile"

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20 de Noviembre. Ayer, después de la comida, habiéndose quedado Glennie profundamente dormido en su sillón frente a la chimenea, Mr. Bennet y yo, atraídos por la belleza de la tarde, llevamos nuestros asientos al corredor que mira al mar, y, por primera vez desde mi llegada a Chile, vi relampaguear. Los relámpagos continuaron sin interrupción sobre los Andes hasta después de oscurecer. A un día sereno y algo caluroso siguió una deliciosa y tranquila noche de luna. De mala gana volvimos a la casa, por acompañar al inválido, y estábamos conversando tranquilamente cuando, a las diez y cuarto, la casa se sacudió violentamente, con un ruido semejante a una explosión de pólvora. Mr. Bennet, salió de la casa corriendo y exclamando: "¡Un terremoto, un terremoto! ¡Salgan, síganme, por Dios!". Yo, más solícita por Glennie que por cualquier otra cosa, y temerosa de que el aire de la noche le hiciera mal, permanecí sentada; él, mirándome para ver qué determinación tomaba, tampoco se movió, hasta que, continuando con mayor fuerza el sacudimiento, cayó el cañón de la chimenea y los muros se abrieron.

Me pregunté con intranquilidad si proseguiría viva Sofía. Desorientado no sabía dónde dirigir mis pasos en una ciudad que, de acuerdo a las primeras impresiones, estaba hecha un estrago, mutada en otra, hecha una desolación como, horas después, me señalaría cierto desconocido con cara de muerto mientras bebíamos del gollete de la botella unos tragos de pisco, sentados en la cuneta, aprovechando el saqueo de un supermercado al llegar a Alameda, iniciado por un grupo de maleantes fugados. Ahora sólo existía el ayer, en un presente que continuaría a su arbitrio después del castigo del terremoto, y dije salud o no dije nada con el primer sorbo de alcohol. Como me agregaría el testigo, ante la vista de aquellos individuos, no sólo los reclusos andaban libres, también habían escapado las bestias del Jardín Zoológico aumentando así el desorden, en particular en el sector de Bellavista, donde los animales devoraban a su antojo los restos humanos.

La noche del terremoto tenía miedo pero también me gustaba, de alguna forma, lo que estaba sucediendo. En el antejardín de una de las casas los adultos montaron dos carpas para que durmiéramos los niños. Al comienzo fue un lío, porque todos queríamos dormir en la de estilo iglú, que entonces era una novedad, pero se la dieron a las niñas. Nos encerramos a pelear en silencio, que era lo que hacíamos cuando estábamos solos: golpearnos alegre y furiosamente. Pero al pelirrojo le sangró la nariz cuando recién habíamos comenzado y tuvimos que buscar otro juego. A alguien se le ocurrió hacer testamentos y en principio nos pareció una buena idea, pero al rato descubrimos que no tenía sentido, pues si venía un terremoto más fuerte el mundo se acabaría y no habría nadie a quien dejar nuestras cosas. Luego imaginamos que la Tierra era como un perro sacudiéndose y que las personas caían como pulgas al espacio y pensamos tanto en esa imagen que nos dio risa y también nos dio sueño.

María Graham

452 páginas

Disponible en www.memoriachilena.cl


"Ídola"

Germán Marín

Editorial Hueders 240 páginas

$13.091


"Formas de volver a casa"

Alejandro Zambra

Editorial Anagrama

164 páginas

$10.200

Tres terremotos literarios

Selección de libros sísmicos, de Leonardo Sanhueza

Extracto del libro "Diario de mi residencia en Chile 1822"

Por Mary Graham

Extracto del libro "Ídola"

Por Germán Marín

Extracto del libro "Formas de volver a Casa"

Por Alejandro Zambra

"Diario de mi residencia en Chile"

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20 de Noviembre. Ayer, después de la comida, habiéndose quedado Glennie profundamente dormido en su sillón frente a la chimenea, Mr. Bennet y yo, atraídos por la belleza de la tarde, llevamos nuestros asientos al corredor que mira al mar, y, por primera vez desde mi llegada a Chile, vi relampaguear. Los relámpagos continuaron sin interrupción sobre los Andes hasta después de oscurecer. A un día sereno y algo caluroso siguió una deliciosa y tranquila noche de luna. De mala gana volvimos a la casa, por acompañar al inválido, y estábamos conversando tranquilamente cuando, a las diez y cuarto, la casa se sacudió violentamente, con un ruido semejante a una explosión de pólvora. Mr. Bennet, salió de la casa corriendo y exclamando: "¡Un terremoto, un terremoto! ¡Salgan, síganme, por Dios!". Yo, más solícita por Glennie que por cualquier otra cosa, y temerosa de que el aire de la noche le hiciera mal, permanecí sentada; él, mirándome para ver qué determinación tomaba, tampoco se movió, hasta que, continuando con mayor fuerza el sacudimiento, cayó el cañón de la chimenea y los muros se abrieron.

Me pregunté con intranquilidad si proseguiría viva Sofía. Desorientado no sabía dónde dirigir mis pasos en una ciudad que, de acuerdo a las primeras impresiones, estaba hecha un estrago, mutada en otra, hecha una desolación como, horas después, me señalaría cierto desconocido con cara de muerto mientras bebíamos del gollete de la botella unos tragos de pisco, sentados en la cuneta, aprovechando el saqueo de un supermercado al llegar a Alameda, iniciado por un grupo de maleantes fugados. Ahora sólo existía el ayer, en un presente que continuaría a su arbitrio después del castigo del terremoto, y dije salud o no dije nada con el primer sorbo de alcohol. Como me agregaría el testigo, ante la vista de aquellos individuos, no sólo los reclusos andaban libres, también habían escapado las bestias del Jardín Zoológico aumentando así el desorden, en particular en el sector de Bellavista, donde los animales devoraban a su antojo los restos humanos.

La noche del terremoto tenía miedo pero también me gustaba, de alguna forma, lo que estaba sucediendo. En el antejardín de una de las casas los adultos montaron dos carpas para que durmiéramos los niños. Al comienzo fue un lío, porque todos queríamos dormir en la de estilo iglú, que entonces era una novedad, pero se la dieron a las niñas. Nos encerramos a pelear en silencio, que era lo que hacíamos cuando estábamos solos: golpearnos alegre y furiosamente. Pero al pelirrojo le sangró la nariz cuando recién habíamos comenzado y tuvimos que buscar otro juego. A alguien se le ocurrió hacer testamentos y en principio nos pareció una buena idea, pero al rato descubrimos que no tenía sentido, pues si venía un terremoto más fuerte el mundo se acabaría y no habría nadie a quien dejar nuestras cosas. Luego imaginamos que la Tierra era como un perro sacudiéndose y que las personas caían como pulgas al espacio y pensamos tanto en esa imagen que nos dio risa y también nos dio sueño.

María Graham

452 páginas

Disponible en www.memoriachilena.cl


"Ídola"

Germán Marín

Editorial Hueders 240 páginas

$13.091


"Formas de volver a casa"

Alejandro Zambra

Editorial Anagrama

164 páginas

$10.200

Tres terremotos literarios

Selección de libros sísmicos, de Leonardo Sanhueza

Extracto del libro "Diario de mi residencia en Chile 1822"

Por Mary Graham

Extracto del libro "Ídola"

Por Germán Marín

Extracto del libro "Formas de volver a Casa"

Por Alejandro Zambra