Adiós a un grande: Christopher Lee
Hay ocasiones en que la carrera de un actor es capaz de marcar a fuego a una generación completa de personas identificadas con el cine. En el caso de Lee, fueron varias. La razón es sencilla: vivió muchísimos años y trabajó, infatigable, hasta sus últimos días.
De familia acomodada, sus primeras apariciones en la gran pantalla tuvieron lugar en los años 40, pero su popularidad y su reconocimiento no se materializaron hasta mediados de los 50, cuando fue contratado por la Productora Hammer, encargada de poner al día los grandes mitos del cine de terror. Allí formó pareja artística con su colega y amigo Peter Cushing en las sucesivas versiones de Frankenstein y Drácula.
Su físico característico -alto, delgado y sigiloso- le impuso como el intérprete idóneo para el oscuro conde que alguna vez imaginara Bram Stoker, al que convirtió en auténtico ícono del siglo XX añadiéndole señas de identidad propia, además, claro, de su insaciable y lasciva sed de hemoglobina.
Fue también Fu Manchú, La Momia, y el asesino a sueldo Francisco Scaramanga.
Su vida real no fue menos apasionante. Veterano de la segunda guerra, conoció personalmente a Tolkien y al príncipe Yusúpov, uno de los asesinos del monje Rasputín, al que también interpretó en el cine. Recibió numerosos premios y condecoraciones de personas tan disímiles como Gorbachov y el príncipe Carlos de Inglaterra. Y hasta llegó a grabar un álbum de heavy metal, gracias a su inconfundible voz profunda y perfecta vocalización.
Los deleitables terrores que acompañaron nuestra infancia llevan su sello personal.
La fascinada angustia que despertaba su presencia forma ahora parte de la historia de la cinematografía. Y aunque las nuevas generaciones lo conocieron encarnando a otro ilustre conde (Dooku) en la segunda trilogía de La guerra de las galaxias, o como el perverso Saruman de El Señor de los Anillos, los niños de la televisión en blanco y negro le recordaremos siempre como el villano de poderes sobrenaturales que nos llenaba de espanto por las noches.
Porque Christopher Lee fue eso: un actor que, a fuerza de provocar miedo, terminó volviéndose entrañable.
Xavier Echiburú