Un hijo o hija es un regalo que debemos valorar. Es algo natural que un hijo tenga el derecho de tener un padre. Pero, cuando el embarazo no es producto del compromiso de dos vidas, sino de la lujuria, de las pasiones desenfrenadas y de las condiciones que la sociedad le proporciona.
Las relaciones sexuales deben darse dentro del matrimonio, donde existe un compromiso para toda la vida.
El compromiso es vital para edificar el matrimonio donde los hijos crecen con una adecuada auto estima.
La paternidad responsable no consiste en limitar el número de hijos ni analizar el método anticonceptivo más seguro, sino es asumir la responsabilidad, desde el momento de la concepción, de educar, darle una formación espiritual, amar al hijo o hija, dedicar tiempo, trabajo, sacrificio, que aprenda a respetar a los mayores, a los que están en autoridad, ser ejemplo de vida.
La paternidad irresponsable es una lacra social que se manifiesta con miles de niños que delinquen, que poseen conductas vandálicas y que son el espejo de una crisis familiar impresionante.
Las mal llamadas bravas son un pésimo ejemplo de jóvenes que no trabajan y se complacen con la destrucción de la propiedad ajena. Han crecido en un ambiente de pobreza, de resentimiento social, de odio al que posee más y se han perfeccionado en el delito, porque no han tenido buenos modelos. Sus padres han ejercido una influencia negativa, sus malas amistades los han fortalecidos en las adicciones y el delito.
La violencia juvenil es la problemática del siglo XXI, los políticos, sociólogos, los educadores y los gobiernos procuran ayudarlos. Le ofrecen terapias, talleres, deporte, mejor educación, pero los resultados son ínfimos, porque todo ser humano es espiritual, y a menos que el hombre regrese a Dios en total arrepentimiento, obedeciendo el diseño de Dios, los resultados serán siempre limitados. Sin Dios no hay edificación segura. Hoy es tan fácil distorsionar los valores y presentar como natural lo anormal y pecaminoso, porque se aboga por un sistema de creencia sin Dios y sin valores absolutos.
Carlos Martínez González