¿Es quizá la época de vacaciones la ocasión precisa para sumergirse en algún buen libro? Indudablemente. Lamentablemente, los niños y jóvenes de la actualidad, en general, demuestran poco interés por la lectura, incluso a nivel de estudiantes de educación superior, lo cual resulta preocupante.
Los nuevos hábitos se rigen por la ley del mínimo esfuerzo. Ahora se escribe de manera abreviaba, se omiten las reglas ortográficas y la búsqueda de respuestas se encuentran con excesiva facilidad en internet y las redes sociales. Interés por los libros hay muy poco.
Vale la pena preguntarse por qué las nuevas generaciones no tienen mayor interés por la lectura. La respuesta más frecuente que desarrollan los expertos es que frente al avance de la televisión, de los videojuegos y la masividad de las redes sociales es poco lo que se puede hacer para captar la atención de los más jóvenes.
Inquieta que la falta de lectura está atrofiando la mentalidad de los menores y limita su vocabulario. Diversos estudios revelan una sostenida baja en la comprensión de lo que leen.
Si bien hay iniciativas para estimular la lectura en los establecimientos educacionales, la familia tiene mucho que aportar para modificar esta preocupante conducta que va en ascenso. Los padres que no leen, difícilmente lograrán interesar a sus hijos en los libros. Y, viceversa, los padres que practican la lectura de manera cotidiana tienen más posibilidades de transmitir esos hábitos a sus hijos.
La lectura complementaria no es una actividad aislada de los profesores de Lenguaje y Comunicación, sino que forma parte de un proyecto lector dentro del colegio, que debe ser compartido en el aula y en el hogar. La clave antes de comenzar un proyecto escolar, es detectar los intereses y motivaciones de los menores, más que con libros que interesan al docente.
La tarea no es fácil, pero lo importante es dar la partida.