Eutanasia: ¿acto de amor o crimen encubierto?
El término "eutanasia" se compone de dos palabras griegas -eu y thanatos- que significan, literalmente, "buena muerte": apenas dos palabras que, sin embargo, al ir juntas encierran enorme cantidad de aristas, variables y consideraciones de la más diversa especie, en un rango que va desde lo metafísico hasta lo económico.
Una primera nota distintiva consiste en que la eutanasia, a diferencia del suicidio, presume la intervención de un agente distinto del enfermo. O sea, donde en el suicidio hay sólo una persona, en la eutanasia siempre hay dos. Y ella sólo puede ser solicitada, de manera informada, libre y voluntaria, por el propio paciente; jamás por el médico tratante.
Los partidarios de su despenalización la entienden como un profundo acto de amor; un "dejar ir al otro" cuando ya no hay nada más que aparentemente pueda hacerse. Para ello suelen enunciarse como requisitos copulativos i) vivir una situación de desmedro corporal irreversible, ii) acompañado de sufrimientos intolerables e intratables que la medicina no puede eliminar ni paliar.
La Iglesia Católica enseña, por su parte, apoyada en la visión metafísica del hombre y del mundo, que la eutanasia no es aceptable salvo en su forma indirecta, que se ampara en la doctrina del doble efecto. Y así como no hay suicidio en rehusar un medio de salvación que se cede para librar de la muerte a otro, tampoco hay eutanasia en el rechazo expreso del paciente de todos aquellos medios extraordinarios que constituyen encarnizamiento terapéutico.
Nada menos, pero tampoco nada más, de lo indispensable y necesario para homenajear la maravilla de la vida: éste, me parece, es el eje de la cuestión. Y el criterio fundamental no puede ser otro que el respeto debido a la dignidad de la persona humana. Lo cual supone, desde luego, dejar a un lado cualquier otra motivación maliciosa o pequeña, como "sacarse de encima" el estorbo de un anciano postrado que ya no resulta útil ni "productivo" para la familia.
Abreviar los días para evitar sufrimientos o para librarse de alguna enfermedad invalidante no es un juego. Una acción de este tipo trae consigo una carga moral inmensa. Y si toda acción es intensamente personal -como enseñó Hannah Arendt- pues "la acción sin un nombre, un quién ligado a ella, carece de significado", en lo referente a la eutanasia, esto es todavía más cierto.
Xavier Echiburú