Poder vivir con otros o tratar, por lo menos, de hacerlo en la mejor forma posible, es una necesidad natural y social si queremos transformar la vida en buenas, placenteras y saludables horas para el cuerpo y el espíritu; sea donde sea que estemos parados, actuando, pensando o durmiendo. Ahora, que venga alguien a decirnos que, para lograr estos fenomenales estados de convivencia humana tengamos que ser "artistas" y "científicos", parece ¡una locura!
Y lo es; porque el mundo ha estado y está lleno de los maravillosos locos que han encendido luces cuando se pierden las esperanzas, o porque encontraron en la naturaleza planetaria las fuentes para originarlas; o cuando la creación puso a nuestro alcance las formas, colores, masas, sonidos y movimientos que están en el origen de la belleza, de la verdad y del amor; o cuando desde la investigación paciente y laboriosa, pasamos del caballo a los aviones o de las señales de humo a las satelitales. Hemos sido capaces, desde este microscópico planeta, mirar el universo, en su gigantesca dimensión, como una posibilidad futura para vivir en algún punto de éste. El arte y la ciencia no tienen límites; ni se contraponen a la hora de hablar de desarrollo humano; excepto, claro está, si perdemos el rumbo de nuestra convivencia.
Vimos tiempos difíciles por estas latitudes; y no es consuelo pensar que en otros lugares de esta afligida nave, se dan situaciones peores y de más terribles alcances; donde la muerte y la violencia extrema la presenciamos en guerras y atentados como si estuviésemos frente a una película. El dolor ajeno - que ya no es tan ajeno por esto de la globalización- debe llamarnos a ser solidarios en la búsqueda de la paz mundial. Más aún, veamos estos hechos como advertencias para nuestra propia vida ciudadana donde, qué duda cabe, existen síntomas de males que podrían afectar el corazón de la estructura social, política, económica y cultural del país: la democracia.
La convivencia se construye desde uno mismo; desde lo que son nuestros valores y de lo que hacemos frente al destino común de nuestro pueblo. Pero también sobre lo que son nuestros deberes y obligaciones y de lo que exigimos a quienes gobiernan, legislan o lideran nuestro desarrollo. La convivencia se funda en el discurso honesto, propositivo y visionario, sostenido por la fuerza de sus ideales, la riqueza de sus argumentos y la generosidad de su espíritu.
Gabriel Venegas Vásquez