La reciente incautación de 363 mil cajetillas de cigarros falsificadas, que se pretendían ingresar al país en un camión el domingo último a través del Paso Internacional Cardenal Samoré, en la comuna de Puyehue, puso nuevamente en el centro de la atención a esta práctica, que no sólo reviste el delito de evasión tributaria y afecta a la propiedad intelectual de los fabricantes, sino también pone en riesgo la salud de los eventuales consumidores de estos productos.

Este último cargamento, que fue descubierto por personal del Servicio de Aduanas, tiene como origen Punta Arenas y su destino era Santiago, y demuestra que el punto fronterizo de nuestra provincia representa una opción común para quienes intentan concretar este contrabando.

Este tipo de hechos es reflejo de un par de situaciones especialmente preocupantes. La primera es la evasión tributaria, porque todo lo que se podría haber recaudado a través de impuesto se intenta evadir. En el último caso se trataría de $306 millones en no pago de IVA, además de otros impuestos específicos para el tabaco.

Pero por sobre todo, el mayor riesgo está para la salud pública, ya que se trata de cigarrillos que no sólo tienen adulterada la cajetilla -no cumplen con la norma de rotulación- sino que también poseen un contenido adulterado, pues de acuerdo a análisis recientes de laboratorio son de pésima calidad, con altos contenidos de alquitrán.

En algunos casos, incluso, se ha detectado que ni siquiera traen tabaco, o que se les agrega elementos como aserrín, viruta metálica, suela de zapatos y hierbas de distinto tipo entre sus componentes.

Es por eso que el llamado del Servicio de Aduanas es a evitar consumir este tipo de productos, sin dejarse tentar porque el precio sea más bajo que los cigarrillos que se fabrican en Chile.

Este ilícito debe hacer reflexionar sobre algunos aspectos vinculados, como la baja penalidad de quienes trasladan o comercializan cigarrillos adulterados, en virtud de que representan un riesgo mucho mayor al que ya por sí mismo representa el consumo de cigarrillos.

Cada padre tiene una responsabilidad vital en la instrucción de sus hijos, la formación de valores, proporcionar una atmósfera afectiva y el fortalecimiento de la identidad sexual de sus hijos son algunas de las cosas elementales de un buen padre.

En los días actuales hay una cantidad impresionante de hombres que han perdido de vista la paternidad. Unos por la pérdida de confianza de sí mismo, por no saber a dónde van, por no tener metas claras, por vivir sólo el presente inmediato sin medir las consecuencias.

Cuando los padres tienen la tendencia de justificar el aborto y no asumir sus responsabilidades morales, es señal que se está perdiendo el sentido de lo que es correcto.

Cuando el escritor sagrado escribe: "Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo, no se apartará de él" Proverbios 22:6. Se refiere a la necesidad de instrucción durante el tiempo de vida del niño.

La instrucción que le demos a nuestros hijos los formará. La mente del niño es como una esponja la cual absorbe todo, tanto lo que oye como lo que ve y sobre todo sus experiencias de vida.

No obstante las prioridades de los padres son los estudios, obtener una buena profesión, que tengan una excelente remuneración y que logren un buen futuro. Que se sientan bien, satisfechos y por eso le compran ropas de marcas y electrónicos para que se sientan bien en relación a sus amigos. Pero no hacen el mismo esfuerzo para que ellos aprendan del Señor y establezcan los principios divinos en su corazón. Esa falta de equilibrio ha conllevado a muchos sinsabores al interior del hogar. Todo niño observa cuidadosamente lo que a su alrededor se encuentra, sea positivo o negativo, y luego repite lo que observó. Por eso el buen o mal ejemplo de un padre es determinante.

Criar a los hijos en disciplina, significa criarlos bajo formación. La disciplina involucra un trabajo dedicado de los padres, que tarde o temprano dará fruto. Criar a los hijos obedeciendo la forma divina resultará, pues, en un crecimiento integral de los niños.

Carlos Martínez