Hay ciertas cosas de la vida donde las posiciones no parecen tener nunca un punto de encuentro. Donde es mejor que el discurso sea rotundo y terminante, para que no haya ni el más mínimo espacio a los matices ni mucho menos a las comúnmente necesarias excepciones, porque lo que se busca no es tender puentes, sino levantar muros.

Al amparo de esta clase de actitudes resulta sumamente fácil llegar a justificar lo que sea. El mecanismo es tan simple como falaz: se argumenta que detrás de la espiral de odio y violencia habría tal o cual causa -según sea el bando- que explicaría la situación presente. Pero la causalidad suele ser una excusa para eludir la responsabilidad por los propios actos.

En efecto, ocurre que desde el punto de vista de la causalidad, los hechos carecen de toda relevancia moral. Causalmente explicada, una muerte por asesinato es igual a una que resulta de la caída de un rayo. Pero la violencia y el asesinato demandan de nosotros una condena, no una explicación.

Desde luego, resulta ilustrativo conocer el largo camino de desencuentros que enfrenta a ambos pueblos: desde las primeras escaramuzas a fines de la Segunda Guerra Mundial hasta la guerra de Yom Kipur, pasando por la llamada Guerra de los Seis Días (de consecuencias profundas y duraderas) en la cual Israel obtuvo una victoria militar aplastante frente a la coalición árabe. Pero esto no es lo relevante. Lo verdaderamente importante es repudiar una guerra que a estas alturas ya no tiene nada de honorable y que, en cambio, desnuda con crudeza la brutalidad inútil que representa la muerte de niños indefensos y de víctimas civiles, mayoritariamente palestinos.

La voluntad de cambiar las cosas por parte de los actores directamente involucrados tendrá que estar preñada de lucidez, y deberá parecerse más a la expiación que a la reforma: urge la creación de un Estado palestino, cuyo pueblo garantice a Israel su derecho a existir en paz y seguridad.

Jerusalén, sagrada para judíos, cristianos y musulmanes, está cansada de sangre, y ya no quiere seguir recitando esta triste elegía mortuoria despojada de toda épica, aunque muchos fanáticos descerebrados, de uno y otro lado, pretendan encubrirse con ella.

En acciones, en apariencia sencillas, con montos que si se comparan con gigantescas obras públicas aparecen como ínfimos, muchas veces se logran grandes avances para las personas más vulnerables de una sociedad que debe seguir realizando grandes esfuerzos por avanzar en materia de inclusión social.

Así ocurrió en el caso de Osorno con el proyecto financiado por el Fondo de Solidaridad e Inversión Social (Fosis), que significó la entrega de uniformes, materiales y herramientas a 22 personas que se unieron para conformar la Agrupación de Recolectores de Osorno.

Y no sólo se trata de un aporte material -que de por sí es importante- sino también de algo todavía más relevante, como es entregar mejores condiciones para el desarrollo de una labor digna, necesaria y que merece todo el respeto de la ciudadanía.

Pues tal como lo señaló Rodolfo Gallardo, un osornino que ya suma 25 años en esta esforzada tarea 'ahora siento que la gente sabe que existo, me saluda y entrega una sonrisa. Es mágico lo que puede lograr un uniforme'.

Sin duda, esta declaración -publicada en el Tema del Día de nuestra edición de ayer- resulta estremecedora, sobre todo en tiempos en que en el país se discuten grandes reformas en ámbitos como la educación y los impuestos, pero nos olvidamos que el principal motor de cambio para contar con una sociedad más inclusiva puede estar en un sencillo gesto, una sonrisa amable o un simple saludo para quienes muy temprano se desplazan por nuestras calles realizando su honesta labor.

La recién formada Agrupación de Recolectores de Osorno representa un tremendo logro para sus integrantes. Pero el éxito será completo si todos, como sociedad local, comprendemos verdaderamente que independiente del rol que cada uno cumpla, se merece respeto, dignidad y el apoyo de las autoridades políticas, que al impulsar este tipo de entidades sin duda que aciertan en el foco de su misión.

Por ello, bien vale el reconocimiento al Fosis y al concejal Víctor Bravo -quien ha colaborado en la formación de la agrupación- por esta iniciativa donde, de paso, demuestran que independiente del color político se puede ser un motor de cambio para un grupo relevante de osorninos.