Cuando se afirmó que si deseamos la paz debemos prepararnos para la guerra, dimos paso a la más grande y poderosa industria en el mundo: la bélica. Ahora forma parte sustantiva en la sociedad, no sólo para velar por la soberanía de los pueblos, sino que también para demostrar nuestro poderío ante eventuales conflictos internacionales. Los costos de sus productos y mantención no importan; la educación, la salud o la vivienda decente, pueden esperar. Incluso: la paz debe esperar.

Imposible no recordar a la Mistral cuando a los cuatro vientos y en las tribunas más altas predicaba: 'Queremos la paz para crear, para estudiar; para completar las obras comenzadas y para empezar las obras prometidas…' Han pasado muchos años, desde esos encendidos discursos - dichos en medio de guerras mundiales que cobraban millones de víctimas - hasta nuestros días iluminados por el fantástico desarrollo tecnológico y por los misiles que oscurecen la paz y la razón. Eso somos; eso construimos y destruimos los seres humanos a través de siglos y milenios.

Para tan larga historia de desencuentros humanos, se tuvo la inteligencia y capacidad para crear instancias que nos permitieran sentarnos a la mesa de los acuerdos y tratados. Las palabras serían las nuevas armas para entendernos o para encontrar las vías de solución pacíficas; ¡por fin la razón serviría para humanizar nuestros actos! Pero las palabras no han podido superar la violencia que generan nuestros intereses poco santos, las ambiciones sin límites que agobian a nuestro prójimo y que sepultan principios y valores. Y no podría ser de otro modo: las palabras sustituyen la fuerza de las armas; tanto por su poder destructivo como irracional. El arte de hablar se ha transformado en una industria para imponer ideas, estilos de vida o de consumo, modelos políticos o ideológicos donde los seres humanos son meros consumidores que han perdido su metro cuadrado de libertad y de paz.

Ya lo hemos dicho: una conciencia tranquila y un razonar cuerdo y lúcido, y un corazón sensible y henchido de amor, debieran dar como resultado a seres humanos capaces de vivir en paz en el hogar, en el trabajo, en el país, en el mundo; en La Araucanía o Medio Oriente. Las palabras son las llaves que pueden abrir todas las esperanzas, si son verdaderas y, por este solo hecho, ser mensajeras de la paz.

En reiteradas ocasiones y durante muchos años vecinos y personeros de diversos ámbitos han reclamado por el antiestético aspecto que presentan ciudades del país como Osorno, debido a la excesiva presencia de claves aéreos, sobre todo en el área céntrica.

Lo más llamativo es que el mayor porcentaje de esos cables está fuera de uso y corresponde a empresas del área de las telecomunicaciones. Así, los elementos viejos han sido reemplazados por otros nuevos, pero sin que aquellos en desuso sean retirados. De esta forma, se han ido acumulando hasta formar una maraña de impresionante fealdad, a la que hasta ahora no se encuentra freno.

De hecho, recientemente se anunció en Santiago un plan para el retiro del cableado obsoleto, el que representaría aproximadamente un 40 por ciento del total que cubre los cielos capitalinos. Se inició un trabajo hace tres años, con pocos resultados. En esa oportunidad el ministro de Transportes y Telecomunicaciones, junto con dar inicio a la tercera etapa de este proyecto de despeje de cables en seis comunas de la Región Metropolitana, indicó que habrá una iniciativa a nivel nacional, de tal modo que hay esperanzas ciertas de que ello se ponga en marcha en el sur del país.

En opinión del ministro estos cables son un atentado a la estética y la seguridad, ya que algunos de ellos cuelgan con riesgo para los transeúntes. En Maipú, en 2011, se logró retirar 25 toneladas de esta 'chatarra aérea', como él la describió. Ese número da cuenta de la cantidad impresionante de material inútil que tapa la visión hacia los cielos de todas las ciudades del país, incluyendo nuestra capital regional.

Hoy no existe una reglamentación técnica que establezca exigencias sobre el número de cables entre los postes ni la altura mínima, por tanto desde el ministerio se advirtió sobre un fortalecimiento de la normativa para aclarar las responsabilidades y que las empresas de telecomunicaciones se atengan a ello.

Ahora deberán iniciar el retiro de todos los cables que ya no prestan utilidad alguna, a la espera de un sueño: el desafío de soterrar estos tendidos, al menos en la zona céntrica de las ciudades.