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Buzos de San Juan de la Costa se enfrentan al ocaso de su oficio

trabajo. Cada vez son menos las personas que se sumergen en las gélidas aguas del Pacífico en la costa osornina a recolectar moluscos. Los pescadores aseguran que la competencia con firmas pesqueras y los apuros económicos son las causas del fin.

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Sin un horizonte claro debido al futuro de la pesca en el lugar, los buzos de San Juan de la Costa son por estos días casi como una especie en extinción.

No quedan muchos y aquellos que pueden encontrarse trabajan muy poco durante los meses de invierno, lo que hace que su economía familiar se resienta. Algunos de ellos han debido emigrar en busca de mejores horizontes económicos, para luego volver apenas se les da la ocasión al lugar al que pertenecen y que sienten como propio.

La mayoría tienen deudas que mes a mes no son compensadas por toda una vida de trabajo arriesgado en el fondo del mar. Por lo mismo, las nuevas generaciones presentan poco interés en un oficio que en algunos casos se ha transmitido de padre a hijo y donde ya planean seguir otra vocación.

Toda una vida

José Huenupán Huenupán es un hombre amable y de modales corteses. Tiene 41 años y tal como él mismo lo describe, ha vivido toda su vida en San Juan de la Costa. Por ello conoce bien el oficio de buzo, aunque también si hace falta, las hace de pescador y recolector. Con esto quiere decir que se sumerge en las frías y a veces agitadas aguas del Océano Pacífico, para encontrar crustáceos, ultes y cochayuyos, los cuales entrega a un restaurante cercano. 'Entrego productos frescos cuando saco y cocidos una vez al mes', comenta.

José es un hombre de esfuerzo y hace algún tiempo decidió que si quería seguir trabajando en lo que sabe hacer, tenía que modernizarse. Pidió un préstamo y se compró un bote de fibra. Ahora tiene dos, pues a ésta suma su antigua embarcación hecha de madera, que todavía sigue prestando funciones en las aguas donde se encuentra la caleta de la localidad de Bahía Mansa, en la comuna de San Juan de la Costa.

Del nuevo bote todavía le quedan varias cuotas por pagar al banco y mientras la pesca está de baja, 'debo pedir un préstamo en un lado, para poder pagar en otro', dice bien asumido de sus deberes.

El bote de madera es el 'Socio I' y el nuevo de fibra es el 'Socio II'. Eso 'en honor a un perrito que tenía, que siempre me acompañaba al trabajo. Las veces que no podía subir al bote, se quedaba todo el día esperando a que regresara. Cuando subía, nos acompañaba y volvía con nosotros por la tarde', relata.

El muelle o malecón de la caleta se divide entre turistas que sacan fotografías, pescadores que enrollan interminables redes y otros que se dedican a comentar las últimas novedades del sector, sentados frente al poco sol de la mañana, como esperando que el tiempo se arregle para volver al mar.

'Julio ha sido especialmente difícil, creo que sólo hemos tenido un par de días buenos durante este mes', comentan algunos, sin ganas aparentes de levantarse por un rato.

José reafirma este concepto, mientras señala que la pesca se ha vuelto cada vez más complicada en el sector.

'Ya no podemos sacar mantarayas debido a la veda y es lo que más se vende; a eso debemos sumarle que la sierra está saliendo mal y nunca', dice sin tono de queja, vestido con un overol amarillo de trabajo y mientras comienza a embarcarse con su hermano mayor David, en el 'Socio I, a revisar las redes del 'Socio II'.

Luis Naranjo reconoce que no nació en la zona, sin embargo llegó a los nueve años a San Juan de la Costa. 'Me vine solo', dice, sin entregar mayor información de las razones que lo hicieron llegar sin familia desde Linares hace 38 años.

Sin embargo, reconoce sentirse hombre de mar y como si fuese oriundo del sector. 'Llegué cuando estaba en pleno auge la recolección del loco y en ese tiempo se sacaba harto', agrega, entregando un poco más detalles de su venida.

Por el momento, Luis no está haciendo mucho, sólo disfruta de los escasos rayos de sol de la costa, pues se encuentra en sus días libres. Si bien se desempeñó como buzo toda su vida en Bahía Mansa, hace algunos meses, y con gran pesar de su parte, ha debido irse a trabajar a las pisciculturas de Puerto Montt. Vuelve religiosamente, cada catorce días y se queda siete.

Las razones de por qué emigró las tiene claras: la baja que ha sufrido la pesca en el litoral osornino, 'donde cada vez hay que ir a pescar más lejos', recalca. Ello, a su juicio, debido a las grandes empresas que operan mar afuera y 'que se llevan la mayor parte de la pesca, lo que hace que muchos ya no quieran seguir trabajando en esto'.

Cuando comenzó a trabajar de niño, Luis se encargaba de mantener el aire fresco para los buzos que se sumergían, además de otros menesteres propios de la vocación. Se entusiasma señalando términos desconocidos para el común de la gente, acerca de como se llama esto y aquello.

'Nunca le tuve miedo al mar, porque este no es un oficio para aquél que no se atreve', agrega Naranjo con verdaderos aires de vocación.

Tras ello se casó y no se fue nunca más. 'Me quedé aquí y aquí voy a morir. Por amor a esta tierra y a la caleta', afirma con fuerza.

Según Luis, los tiempos pasados en Bahía Mansa fueron buenos en cuanto a la pesca.

'Antes podías encontrar erizos, locos, picorocos, jaibas, piures, ahora no se puede sacar nada, porque está todo concesionado. Y si te metes en el área de otro, tienes que andar peleando. Si ando buceando en su espacio, es como andarle robando prácticamente. La gente de aquí ya no tiene qué sacar. Se le entregó el mar a gente que ni siquiera tiene botes. Ahora el mar tiene dueño', reclama.

Camaradería

Pese a haber tenido que irse a trabajar al sur, Luis no olvida a sus colegas y no pierde ocasión de ir a visitarlos cuando tiene libre.

'Yo tengo mi bote propio y cuando vuelvo a Bahía Mansa salgo a trabajar en él y con mis compañeros', dice orgulloso de lo que sabe hacer.

'Lamentablemente la pesca no es buena y muchos de mis compañeros se encuentran mal económicamente, pero ya están demasiado viejos como para emigrar o salir a trabajar en otra cosa. Es lo que saben hacer', confiesa mientras a la caleta llegan autos con visitantes que vienen a contemplar el mar o a disfrutar de la gastronomía en los restaurantes de la caleta, mientras ignoran la realidad de un oficio que se pierde en el tiempo.

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'Antes podías encontrar erizos, locos, picorocos, jaibas, piures, ahora no se puede sacar nada, porque está todo concesionado'.

Pocos son los buzos

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