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Osornino realiza inédita travesía al glaciar más extenso de Europa continental

Montañismo José Brito, junto al puertomontino Marcelo Barra, realizó el viaje al Jostedalsbree de Noruega en cinco días. Además, se prepara para el desafío Seven Summits.

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'Fue un viaje increíble, inolvidable. Y además esta expedición fue importante porque fue hecha por primera vez por chilenos y además sureños. Fueron cinco días intensos, de mucha aventura'.

José Brito es un reconocido guía de turismo aventura y montañista osornino y junto al puertomontino Marcelo Barra, ex director técnico del cuerpo de Socorro Andino de Puerto Varas, realizaron recientemente la travesía al Glaciar de Jostedalsbreen (o Jostedal), ubicado en Noruega y definido como el más extenso de la Europa continental.

Pero además Brito se encuentra inmerso en el proyecto Seven Summits, consistente en ascender la cumbre más alta de cada continente: Elbrus en Rusia, Kilimanjaro en África, Aconcagua en Sudamérica, Karstenz en Oceanía, McKinley en Norteamérica, Vinson en Antártica y el Everest en Asia. 'En agosto del año pasado subí al Elbrus y me encuentro en la etapa previa para ir al Aconcagua en enero del próximo año', indicó.

De hecho acotó que la travesía al Glaciar de Jostedalsbreen fue ilustrativa de lo que será la ascensión a los montes Vinson y McKinley, 'ya que las condiciones de aproximación a ambas montañas tienen características muy similares'.

Al glaciar noruego la travesía duró cinco días, los que fueron vividos intensamente por la dupla, más aún 'sabiendo que estábamos haciendo algo histórico para todos los que amamos el montañisno'.

El viaje comenzó con el encuentro de Brito con Barra en Molde, una pequeña ciudad universitaria a orillas del fiordo Romsdalsfjord, en Noruega, para luego llegar a Averøy, donde actualmente vive el puertomontino. Allí, alistaron las mochilas con el material y las provisiones para iniciar una aventura inédita.

'Debido al calentamiento global, los glaciares de Noruega así como otros tantos glaciares en el mundo se han ido retirando cada vez más rápido de las zonas bajas. Por lo mismo, las nevadas son más pobres en invierno y así nos encontramos con que la aproximación en la zona de Stryn, que pensábamos hacer tirando de trineos con todo el equipo, era imposible. Tuvimos que cargar en las mochilas todo lo necesario y además añadir a este enorme peso los esquíes y botas, mas cuerda, crampones, piolets y un innumerable etcétera', recordó sonriendo Brito.

Tras partir desde Averøy y luego de 5 horas de viaje, tomando transbordadores para llegar a Stryn ('con el viaje del día anterior y habiendo dormido poco, estaba muerto'), llegaron a Oppstryn, donde se trasladaron a la entrada del valle de Erdalen. 'Aquí comenzamos la caminata por un valle glaciar que cada vez se volvía más estrecho, todo verde, lleno de flores y las montañas a nuestros costados que cada vez se hacían más altas'.

En el valle se encontraron con un paisaje similar al del sur de nuestro país, 'lo que me sirvió de motivación', comenta el osornino, agregando que luego pasó a ser gris por las rocas y se podían ver cómo algunas cornisas de hielo se precipitaban hacia el valle, dando lugar a unas avalanchas gigantes. Tras caminar 10 horas llegaron a un pequeño refugio hidrológico. 'Era pequeñito, de tres por dos metros, pero súper confortable. Y no podía estar mejor bautizado: Infimus. Allí pasamos la noche, tras 16 horas de actividad contínua'.

'El segundo día fue muy duro, ya que tuvimos que remontar el primer glaciar que existe para llegar a la meseta de Jostedalsbreen, una zona de hielo que nos llevó a un portezuelo, el glaciar de Erdalsbreen', explica Brito. Allí el paisaje se veía entorpecido permanentemente con avalanchas y tuvieron que caminar cerca de 10 horas encordados. Allí acamparon en la noche en los 'seracs' (bloques grandes de hielo fragmentado por importantes grietas) que dominaban el portezuelo que se encuentra sobre el valle de Lodalsbreen.

'Eso sí, no se podría llamar noche, porque nunca oscurecía: el sol bajaba y terminaba poniéndose rojo en el atardecer para nuevamente y casi al instante comenzar a amanecer. Y uno, en la carpa, podía escuchar el hielo moviéndose bajo nosotros, como si el glaciar estuviera vivo. Fue fantástico'.

Al día siguiente bajaron esquiando hasta Lodalsbreen, pasando por el lugar de una reciente avalancha. 'Como era temprano, habían pocas posibilidades de que cayera otra, así que lo atravesamos y pusimos pieles a los esquíes para randonear y remontar el segundo glaciar (Småttene) que nos llevaría a la meseta'.

Ese día caminaron cerca de 11 horas, en una ascensión muy dura. 'Mis pies comenzaban a mostrar las consecuencias de haber tenido que cambiar los zapatos de montaña por unos de Randoneé que no habían sido usados más que una o dos veces. Y eso me fue causando ampollas en la medida que avanzábamos. Pero era necesario ir lo más rápido posible, ya que las tormentas sobre la meseta se presentan con vertiginosa rapidez y no queríamos que una de ellas nos atrapara durante la travesía', dijo el guía de montaña osornino.

A pesar de llevar todos los instrumentos de navegación necesarios, la dupla sureña decidió confiar en el instinto y siguieron las huellas de los renos del lugar ('a quienes nunca pudimos ver'), lo que les ayudó sobremanera 'sobre todo para encontrar los puentes que se forman sobre las grietas. Así fue como logramos ascender Småttene y situarnos más allá de Brenniba y el Lodalskåpa. Ese día, justo al Oeste del Kjenndalskruna armamos el campamento en medio de una llanura increíble, comparada a un paisaje lunar, donde las distancias y el tiempo se hacían uno solo. El sol se veía gigantesco y sólo había blanco y el azul del cielo'.

En esta jornada, el barómetro comenzó a bajar, 'una mala señal para quien se adentra en las montañas, pues significaba que cambiaría el tiempo en ese día o al siguiente y en el horizonte ya aparecían algunas nubes amenazadoras'. Apresuraron la marcha, 'aunque de toda maneras no podíamos avanzar muy rápido: un pequeño promontorio que parecía estar a media hora tardábamos en alcanzarlo dos horas y nos era imposible saber la distancia y el tiempo que tomaba cruzar las planicies'.

Marcelo Barra tomó la delantera y randoneaba hasta convertirse en un punto ínfimo a lo lejos, aunque nunca dejaron de tener contacto visual para así evitar perderse.

'Pero cada uno tenía su espacio para disfrutar cada quien a su manera y meternos cada uno en nuestros propios pensamientos y así alejar un poco la monotonía de la inmensidad. Cada cierto rato nos juntábamos para beber o comer y seguíamos la rutina diaria de caminar diez u once horas. Seguimos las huellas de los renos y llegamos a una hondonada increíble, un verdadero balcón hacia los fiordos del oeste. Allí el sol se ponía de color, las nubes estaban a ras del horizonte y le daban un toque grisáceo a esa postal. Y éramos dos chilenos haciendo patria, cruzando el campo de hielo más grande de Europa continental. De hecho bautizamos el campamento como 'Renó', ya que gracias a sus huellas pudimos llegar a ese lugar', acotó Brito.

Al día siguiente partieron de inmediato de la meseta porque se acercaba una tormenta y el viento era más fuerte. Para el instructor osornino las ampollas en los pies se habían transformado en un problema incluso para colocarse las botas. Habían dormido sólo 3 horas y avanzaron hacia el sureste para llegar a Bings Gryte, el punto más angosto del campo de hielo.

Desde allí enfilaron hacia el sur y tras pasar varios cerros sintieron el ruido de un motor: desde el norte se acercaba el helicóptero del escuadrón 330 de rescate noruego, catalogado como uno de los mejores cuerpos de rescate del mundo.

'Ni nos movimos ni saludamos por temor a que lo interpretaran como un pedido de auxilio'.

Finalmente se fue hacia el sur, 'mostrándonos la ruta de salida del glaciar. Estábamos a 9 kilómetros de la salida del glaciar Flatbreen, el fin de la aventura. Y pensábamos que sería más fácil de ahí en adelante, pero la bajada se convirtió en una verdadera odisea, con una superficie de roca lisa y desgastada, cubierta de musgo húmedo y con una pendiente de unos 80º de inclinación, cargados con nuestras mochilas pesadas y con los esquíes sobresaliendo más de un metro por sobre nuestras cabezas. Cada paso era una invitación hacia el vacío, pero también un paso más hacia la salida del campo de hielo'.

Tras varias horas y en plena noche, los deportistas lograron llegar a un camping a las 2 de la mañana, donde pudieron descansar. Había sido una jornada ininterrumpida de 19 horas.

Al día siguiente volvieron a Oppstryn (distante 3 horas de dicho lugar) y luego a Averøy. 'Lo habíamos hecho en cinco increíbles días y ya las nubes cubrían todo el manto blanco que poco a poco iba quedando atrás en el horizonte', culminó el osornino.

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