El fenómeno de la violencia en el país
Muchas tesis se han escrito en relación con el estrecho vínculo que parecemos tener los chilenos con la violencia. Parece cierto que nuestro país ha estado sacudido de forma permanente por situaciones poco gratas. ¿Será ello una explicación para nuestra personalidad? Por ejemplo, en tiempos de guerra los cronistas escribían que nuestro país era como un 'león dormido' al que no había que despertar, a riesgo de someterse a las consecuencias de un despertar crudo y terrible.
En tiempos modernos, cargamos con estadísticas nada de envidiables: el 71% de los niños, niñas y adolescentes chilenos sufren violencia intrafamiliar, según un informe entregado en 2012 por la Unicef.
La violencia contra las mujeres también es motivo de preocupación. Según la Encuesta Humanas 2013, un 62,6% de las mujeres cree que la violencia ha aumentado, mientras que un 67% de ellas considera que 'la violencia hacia las mujeres en las relaciones de pareja es un problema que afecta a todas las mujeres'.
¿Es Chile o los chilenos un país de gente violenta?
El triunfo contra España en el Mundial de Fútbol nos dio otro botón: unos 300 buses del Transantiago atacados, a lo que se sumó la destrucción de propiedad pública, en una serie de actos sin sentido aparente.
¿Es caos, es lumpen, es la media del compatriota, vale decir, cualquiera puede perder el control al estar sometido a variables exógenas determinadas?
Las preguntas son para los expertos, pero llama la atención que en muchas actividades, incluso pacíficas, se termine explotando en una serie de manifestaciones de descontrol y destrucción.
A ratos parece que escondiéramos algo y sólo se necesitara una válvula de escape que obliga a descargar la ira, probablemente ligada a frustraciones, odios y lamentos no dichos.
No parece razonable intentar separar comportamientos al interior de los hogares, con los públicos. La violencia -física, verbal o psicológica- parece haber acompañado desde siempre a esta nación. Si eso fuera así, si aquella presunta carga fuera tan potente, ¿qué estamos haciendo para remediarla?
Resulta inquietante la forma en que conducimos nuestras vidas: con la violencia por delante.