El regreso de Felipe Berríos
La llegada del padre jesuita Felipe Berríos desde El Congo no ha pasado inadvertida. El mismo religioso que en razón de su fe decidió hace cuatro años partir al África negra, con apenas lo mínimo, para predicar el Evangelio, logró de nuevo despercudir con sus palabras a muchos sectores relevantes del país.
Lo sorprendente es que, en un Chile cada vez más distanciado de las creencias religiosas y donde el laicismo parece dominar sin contrapeso, la voz de un sacerdote católico tenga la fuerza necesaria para instalar temas en la agenda nacional. Habló del abuso y la injusticia, también de la propia Iglesia y el modelo económico. Recordó que la ética cristiana se apoya sobre todo en la noción de que cada uno de nosotros es el guardián de su hermano. Y que la pregunta que los creyentes debemos responder todos los días es ¿dónde está Abel?
Sin embargo, sus opiniones causaron también incomodidad y malestar. Posiblemente ello se explique debido a que todavía hay personas que piensan que creer equivale a suprimir el propio discernimiento. Son aquellos que por flojera o falta de formación no están habituados a pensar por sí mismos. Por eso, en materias como el aborto o el matrimonio igualitario, Felipe Berríos sólo insistió en lo obvio: que la moral no consiste en aplicar mecánicamente un manual de instrucciones a los desafíos que nos presenta la realidad, sino en discernir lo que, en cada caso, corresponde a la verdad.
Por eso resulta extraño que muchos de sus críticos más enconados en las redes sociales, provengan justamente de las propias filas católicas. Pero en su empeño de una Iglesia humilde y desprovista de poder e influencias, que hable por los que no tienen voz, el religioso no está solo. Ese es el mismo propósito que ha manifestado reiteradamente el Santo Padre. Siendo así, no parece aventurado conjeturar que los que condenan hoy a Berríos son los mismos que terminarán execrando, tarde o temprano, al propio Papa Francisco. Los profetas -cuando son auténticos- suelen remecer las estructuras y las conciencias. Provocar miedo y aun generar división. Pero son también imprescindibles porque son ellos los encargados de señalar el rumbo.
Seguirlos es siempre riesgoso. No hacerlo es francamente suicida.