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Esforzada mujer cruza el Rahue en bote a remos para llevar a nietos a la escuela

Esfuerzo. La odisea se repite cada lunes de madrugada y viernes al mediodía en época de clases. El método de cruzar el río a remo es el único que tiene para salir de su casa.

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Colaboración especial de Antonio Quezada Monsalves

¿Qué puede más? ¿la fuerza de los brazos remando en bote contra la corriente del río Rahue, crecido como bestia mitológica por estos días con estos aguaceros de los o la fuerza del espíritu por cruzar el cauce, cómo sea, y llegar con los nietos al camino del otro lado y después al colegio?

Y, para mayor abundamiento de las dudas y las sorpresas, que la hazaña la realice una mujer… ¡qué digo mujer…heroína, reina!, y aún me quedo corto.

Esta es la historia de una mujer de sangre de la etnia mapuche -Ñancucheo, su apellido, Sandra su nombre, 49 años, la flor de la vida- que se atreve a remar contra la corriente del Rahue cada lunes de madrugada y viernes al mediodía, llevando y trayendo a sus nietos Tatiana Belén, de 6 años y Jadiel Andrés hacia y desde el Colegio Misión San Juan, donde ellos cursan primer año básico y prekínder, respectivamente.

-¿Y cómo lo hizo durante estos días de grandes crecidas del río e incluso inundaciones?

-Aislada nomás me quedé…No pude llevar a mi nietos al colegio y tan poderosa no soy como para atreverme con la crecida, responde con humildad como si cruzar el río remando, con dos nietos a bordo, de madrugada, a oscuras en este tiempo, fuera algo común y corriente.

La hazaña viene ocurriendo desde hace 25 años. 'Para viajar a Osorno, debo cruzar el río Rahue en bote. Donde yo vivo, en Rauquemó, no hay camino público, ni menos locomoción, sólo se puede llegar en vehículo cuatro por cuatro y para eso no alcanzo', comenta.

Desde el fundo Huape, de propiedad de Camilo Villar, donde trabaja su esposo y ambos tienen su casa- accede a las vegas de Stange, en el sector donde el estero Forrahue entrega sus aguas -por lo demás creciditas también en estos días- al río Rahue.

Luego de asegurar el bote para el retorno, camina con sus nietos y carga mochilas escolares y bolsos con ropa y se instala a la orilla de camino que va desde Osorno a la Misión de San Juan. En ese punto espera paciente bajo la lluvia o a todo frío, protegiendo a los nietos como gallina a los pollitos, hasta que pasa el microbús dispuesto por la Fundación Misiones de la Costa que llevará a los tres hasta la escuela de destino.

Yendo a Osorno, la travesía es la misma, sólo que debe esperar a algún microbús del recorrido rural para que la traiga hasta la ciudad.

Sus nietos permanecerán en el Colegio Misión San Juan con régimen de internado hasta el próximo viernes al mediodía, cuando la hazaña se repite, a la inversa, para llegar al hogar.

Su origen

Sandra Ñancucheo Cárcamo, hija de Aurelio Ñancucheo Painenano y de Ida Cárcamo Rauque, de Temuco, sector Labranza para ser más exacto, manifiesta sentirse 'orgullosa de la cultura y sangre mapuche', a propósito de la pregunta acerca de por qué lleva a sus nietos a la escuela de San Juan.

'En esta escuela tienen programa de interculturalidad y me falta aprender más de la lengua… Mi padre no nos enseñó ni a mí ni a mis hermanos (2 hombres y 3 mujeres en total) el mapudungún para que no se rieran de nosotros como se reían de él cuando hablaba en castellano y se le atravesaban los verbos'.

También hay otra razón práctica: en el sector donde vive no hay colegios. Y, además, en el Colegio de San Juan de la Costa se educó su hija Antonia Manríquez Ñancucheo, egresada hace tres años de la especialidad de Gastronomía.

-¿Con ella fue lo mismo en cuanto a cruzar el río Rahue en bote?

-Sí. Lo mismo nomás. No tengo otra forma de salir de mi casa hacia donde sea que me dirija.

-¿Y no le da miedo remar en esas condiciones?

-De qué sirve el miedo si una tiene obligaciones de madre o de abuela. Hay que olvidarse nomás y seguir y seguir. Dios dirá hasta cuándo…

Tatiana Belén y Jadiel Andrés son hijos de Francisca Manríquez Ñancucheo, otra hija de Sandra. Ambos, pequeñitos, seguramente no alcanzan a percibir la adrenalina recorriendo su cuerpo porque no sienten miedo ante el poder, fortaleza, convencimiento y perseverancia de su abuela. Y así, pasan la semana -de lunes a viernes- cobijados en el jardín infantil o en el primer año básico de la escuela, creciendo a la sombra del poderoso árbol que es su abuela, de pellín dijéramos (collán, en lengua huilliche) que en tanta más agua le cae encima o en sus raíces más reverdece y permanece y reverbera como piel nervuda de serpiente pitón.

También crecen Jadiel y Tatiana al eco de las enseñanzas de sus tías Yanet Hidalgo y Elizabeth Cárdenas, profesoras del Colegio Misión San Juan.

La rutina

Cada lunes, en temporada de clases, a las 6.15 de la madrugada, poco más o menos, tres sombras -una grande, muy grande de espíritu- y dos pequeñas, ávidas de futuro, caminan entre el rocío y la neblina despertando a los cisnes próximos como en un ritual de antigua data, sin chistar ni quejarse, hasta el borde del río.

La sombra grande va al bote, carga mochilas, traslada nietos, los asegura en sus asientos, toma los remos, los instala en la mancera y comienza el crujido aquel, rumbo al sur, por la orillita, harto por la orillita, crujido de esfuerzo puro, hasta un punto calculado propicio y luego enfila hacia el poniente hasta alcanzar el otro borde del río.

Por la tarde ella, Sandra, regresa sola. Cruza de nuevo hacia su casa y espera a que sea viernes para ir a buscarlos.

¿Es fuerza de brazos o de espíritu? ¿O ambos?

Yo, ya no sé qué más decir. Y creía haberlo visto todo…

'De qué sirve el miedo si una tiene obligaciones de madre o de abuela. Hay que olvidarse nomás y seguir y seguir. Dios dirá hasta cuándo'.