El otro día explicaba a una persona que el centro de investigación donde trabajo desarrolló un cultivo con 60% de proteína en grano descascarado. Este lupino, le explicaba, dado el contexto global de demanda de proteína vegetal, es clave para reducir nuestra alta dependencia de la soya, que no podemos cultivar por condiciones climáticas y, por lo mismo, importamos mayoritariamente desde Argentina.
'¿Qué tan importante puede ser esto? Yo no como soya', fue su comentario.
Inmediatamente le consulté: '¿Está segura?'.
La soya está presente en la mayoría de los alimentos elaborados en nuestro país, desde los típicos jugos envasados a los millones de toneladas del subproducto harina que se importan para alimentación en diversos sistemas productivos chilenos.
Este mes una prestigiosa revista del ámbito de los negocios destaca la importancia de ser independientes en términos de proteína vegetal y el gran paso que significa este lupino superproteico.
China es un voraz consumidor del poroto soya y gran parte de la producción trasandina está partiendo hacia ese país asiático.
¿Resultado? su precio internacional aumentó en un 73% en los últimos cuatro años.
El medio dice que la dependencia de la industria chilena del salmón con la soya argentina, 'que hoy está cara y baja en stock, resulta riesgosa'.
Chile tiene experiencia en los riesgos que significa la dependencia en ciertas materias clave.
Nuestra dependencia energética implicó restricciones. Más allá de un tema político, cuando un país productor ve que no tiene ni para su propio consumo, obviamente no exporta. O si aparece un buen comprador, opera la ley de la oferta y la demanda.
Chile debe aprender a ser independiente, soberano, más aún en el área alimentaria.
Hoy estamos dando importantes pasos en términos de proteína vegetal.
Nos quedan muchos otros más que dar.