"En este mundo estamos inexorablemente unidos y llamados a construir la sociedad que deseamos".
Esta carta no es para hablar de sus responsabilidades respecto a sus hijos y pupilos que tienen en mi unidad educativa: quiero compartir con ustedes lo que yo pienso y siento por los estudiantes que llegan a mi sala de clase. Cada uno es un maravilloso proyecto de vida que busca las fuentes del conocimiento para hacer posible los sueños propios y ajenos; porque en este mundo estamos inexorablemente unidos y llamados a construir la sociedad que deseamos.
Y los veo entrar con el peso temprano de sus compromisos porque no llegan solos: los acompañan las esperanzas y preocupaciones, las confianzas y dudas o las penas y alegrías que rondan sus destinos familiares. La vida entera entra a las aulas y patios con todo lo que tiene de belleza y fealdad, de abundancia y carencias o de optimismo y pesimismo. Es la cara de nuestro desarrollo humano.
En este contexto físico, material, social y cultural, fluye la vida planetaria que, por cierto, supera la teoría y la desborda como un torrente indomable. Si no lo cree, hable con los profesores de aula; con los que están trabajando con sus hijos y con cuarenta más que no son suyos.
Verá que no son empleados suyos ni profesionales de segunda categoría: son sus amigos y aliados en la formación integral de quienes usted más ama y para quienes desea el más grande de los triunfos futuros.
Muchas veces esos profesores llegan a querer más que los propios padres, a esos disciplinados o desordenados estudiantes. Y cómo podría ser distinto si comparte años con ellos y los ve cómo crecen entre libros, tareas, juegos, diabluras y responsabilidades. Y más todavía cuando ellos confían en sus maestros en la intimidad de sus problemas y sentimientos que aparecen en los horizontes de su naciente existencia. Por este solo dato, creo que merecen nuestro respeto y apoyo a su gestión; mejor aún: merecen nuestro cariño.
Al entrar a las aulas lo hacemos con todos los elementos de la sociedad que nos condicionan en las calles, en el hogar, en el trabajo, en el vecindario, en el partido o en el país: "somos" lo que nos pasa. Tal como les sucede a ustedes. Pero no por ello, abandonamos los valores que hacen sustentable la vida y las esperanzas individuales o colectivas para un mundo mejor; las que radican, precisamente, en las unidades educativas adonde llegan vuestros hijos y pupilos.
Profesor y escritor