"Es un escándalo que la moral sexual siga siendo hecha, en su gran mayoría, por célibes consagrados".
Una cuestión absolutamente decisiva para la Iglesia de hoy es que el laico pueda ser adulto en su fe. Nada hay más urgente en esta etapa de su historia.
Es muy curioso constatar cómo hay zonas propiamente laicales de la vida de la fe, donde hasta ahora no ha habido suficiente reflexión, precisamente por la falta de un laicado adulto. Una de ellas es la vida de la sexualidad y la familia. Es un escándalo, en este sentido, que la moral sexual siga siendo hecha, en su gran mayoría, por célibes consagrados. Simplemente carece de coherencia.
Tampoco habrá laicado adulto si no hay un cambio sustancial en el clero. Debe haber espacio para que el laico crezca. También en la vida interna de la Iglesia. Llevamos ya muchos siglos de clericalismo. Y no sólo por "culpa" del mismo clero, en cuanto se arroga un indebido monopolio en las cosas de la fe, sino también a causa de un laicado infantil, que se contenta sin chistar con cualquier decisión emanada de éste.
La Iglesia no puede convertirse en una especie de "supermercado", donde los laicos son clientes, pero no dueños. Tenemos que volver a mirar (con la inteligencia de la fe) esos textos hermosos de la eclesiología que nos hablan de una comunión de iguales por medio del bautismo.
El propio Papa Francisco, en su esfuerzo por despojar el modo de ejercer el ministerio petrino de muchas "adherencias" que se le fueron pegando en el transcurso del tiempo, "apunta" en esta misma dirección. Muchas cosas que antes, en la vida de la Iglesia, resultaron espléndidas y útiles, hoy día se han convertido en una suerte de "pantallas opacas" que impiden el paso del Evangelio.
Resulta imprescindible pues, que el cristiano común y corriente -donde se sostiene todo lo demás- haga una experiencia personal de encuentro con el Señor, que sea capaz de transformar su vida. Además, esta experiencia de fe debe estar reflexionada por el laico, de manera que sea auténticamente suya, y en un nivel de profundidad que sea al menos equivalente al que se da en su existencia como persona y como profesional.
Sin la presencia de un laicado maduro que se piense y se sienta responsable de la Iglesia, la "barca de Pedro" se hundirá calladamente en el mundano mar de la indiferencia.