"Es un hecho que el sentido del humor desarrollado abunda entre las personas más longevas".
Todo partió así: cuando finalicé mi charla sobre humor y calidad de vida en la Universidad Santo Tomás, se me acercó una anciana muy peculiar para decirme que a su edad y con lo dura que era la vida para ella, por qué tendría que reír tanto. Le respondí que a sus años era fundamental vivir con humor. Ahí se quedó mirándome a los ojos y sacó una galletita del bolsillo de su blusa. Entonces con tono profundo y voz grave, aunque con cierta dificultad por la masticación de la galleta, casi me gritó: "¿Por qué?"
"Porque si no ha desarrollado su sentido del humor a su edad -le respondí-es obvio que la vida le reservará interminables días aburridos, nostálgicos, o tristes, sólo esperando que llegue el final rápido.
"Pero, ¿por qué?", me dijo achicando los ojos y ladeando mucho su cabeza, aunque de repente comenzó a toser con violencia y con la boca abierta, lo que hizo que me echara un poco hacia atrás. "Por cuatros razones, señora -contesté-, y se las detallaré por encimita. Uno, a su edad se deteriora más la salud, y está científicamente demostrado que el humor es beneficioso para muchas enfermedades físicas y mentales. Dos, gran parte de la filosofía concuerda que el placer es nuestro fin en la vida, y el humor es uno de los grandes "productores" de placer. Tres, a su edad, se piensa demasiado en cómo enfrentar a la cercana muerte. Por lo tanto, si aprende a reír de usted misma y de la muerte, ya no le dará tanto susto enfrentarla. Y cuatro, es un hecho que el sentido del humor desarrollado abunda entre las personas más longevas.
Por algo será, ¿no? ¿Entendió ahora?", le pregunté. "¿Usted está seguro?", me dijo introduciéndose el meñique en su oído para rascarse. Ya mucha gente se había acercado al lugar, al parecer interesados por nuestro diálogo.
"¡Claro! -respondí-, si a mí me asombra que la sociedad y los gobiernos no se den cuenta de esto y no implementen planes para capacitar, para hacer crecer a los adultos mayores desarrollándoles su sentido del humor, por lo decisivo que es vivir con calidad de vida en esa última esta etapa".
"¿Cuántos años tiene usted?", quiso saber. "Sesenta y uno", le contesté. "Ah, ya usted entró en la tercera edad, ¿no?", continuó. "Así es", le dije. "Pues entonces usted se ríe siempre y se ríe de todo, ¿no es cierto?", me preguntó. "¡Por supuesto!", le aseguré. Y ahí la anciana se sacó la peluca, los anteojos y demás elementos de maquillaje y todos rieron de la tomadura de pelo que hicieron mis estudiantes…
¿Me habré reído con ellos o no?
Escritor, asesor Universidad Santo Tomás