Las autoridades de Chile y Perú han tratado de poner la calma, pero en muchos sectores hay nerviosismo por el fallo que debe emitir hoy el Tribunal Internacional de La Haya, que sellará la suerte de 38.000 kilómetros cuadrados de mar que Perú reclama como suyos, y que hoy pertenecen a Chile. Pero sobre todo, por las implicancias que esto pudiera tener en especial a actividades como la pesca y la navegación.

La disputa sobre el mar patrimonial se mantiene sobre una de las zonas de explotación marítima más rica del mundo. La pretensión peruana es que su frontera marítima se base sobre un trazado perpendicular desde el sitio donde nace la frontera, en tierra, mientras Chile plantea que esa frontera debe ser una extensión trazada en una línea paralela.

El diferendo ha reavivado viejos rencores en algunos sectores, si se considera que Perú perdió durante la Guerra del Pacífico las provincias de Arica e Iquique, mientras que Bolivia perdió Antofagasta. En consecuencia, la guerra dejó a los peruanos sin la extensión de mar que hoy reclaman, a la vez que despojó a Bolivia de su salida al océano.

Especial preocupación reviste lo que decida la Corte Internacional que tiene sede en La Haya, cuya sentencia es obligatoria y que los dos países se han comprometido a acatar. Está en juego la posibilidad de que los pescadores peruanos exploten un mercado de alrededor de 200 millones de dólares por la pesca de 250.000 toneladas de anchoveta, destinado a la producción de harina de pescado. Del mismo modo, un fallo adverso dejaría a los pescadores nacionales sin fuente de trabajo si no pueden explotar la zona que reclama la contraparte.

Pero que dichas tensiones sean pocas, ha tenido mucho que ver con la actitud de los respectivos gobiernos, que han hecho un trabajo previo eficaz para preparar a los dos países para el fallo. Las voces exaltadas han sido pocas y aisladas y sólo han destacado por contraste con un clima general de tranquilidad en ambas naciones, al cual han contribuido los abundantes gestos de una serie de actores, como iglesias, autoridades locales, empresarios, artistas e intelectuales.

Hemos escuchado todo tipo de argumentos en pro y en contra del ranking, de la validez de la PSU, de la pertinencia del promedio de notas de enseñanza media, etc. Lo que hay que tomar en cuenta es que esas mediciones estandarizadas, no son ni más ni menos que eso, mediciones, como son el termómetro o las huinchas para medir. Sin embargo se las ha endiosado como si fueran un oráculo de la predicción de éxito de la vida universitaria o lo que debe seleccionar en forma de una admisión única entre las universidades del CRUCH y un grupo de privadas (G8) que adhirieron al sistema único de admisión, como si eso fuera un commodity.

Está bien que existan estos sistemas. Pero no hay que confundir mediciones estandarizadas y con fines diversos, con sistemas de selección y admisión únicos, donde si alguien queda en su primera preferencia se le borran las siguientes. Las mejores universidades del mundo utilizan estos instrumentos de medición (la mayoría privados y validados), pero cada una tiene sistemas de selección propios, donde muchas veces privilegian las habilidades blandas, la capacidad de liderazgo y los valores, que sus notas o resultados en pruebas tipo PSU.

Este año quedó en evidencia que el ranking, a pesar de todo lo dicho, efectivamente favoreció a los alumnos de establecimientos más vulnerables, permitiéndoles acceder a carreras de su preferencia. El efecto no fue muy significativo, pero la tendencia es importante. Al utilizar el ranking, se está corrigiendo una inequidad de origen que es el de provenir de escuelas o liceos más vulnerables, además de ponderar la verdadera capacidad de sobresalir entre pares como un elemento de éxito profesional. La evidencia mostró que el efecto fue importante, pero en números aún no significativos, lo que debería potenciarse a futuro. El ranking, tiende a corregir esa inequidad de acceso. Eso nos obliga como instituciones de Educación superior a buscar mecanismos para nivelar la cancha y apoyar a esos estudiantes, que gracias al uso del ranking pudieron acceder a la universidad, a salir adelante cumpliendo su sueño.

Mi sueño final es que se acaben los sistemas de selección y admisión únicos y que cada institución usando estas pruebas y medidas estandarizadas, utilicen sus propios sistemas de elección de acuerdo a sus valores y cultura, y así lograr alumnos motivados y comprometidos con su institución. Insisto, las habilidades blandas son muchísimo más importantes que los conocimientos específicos.

Economista, rector Santo Tomás Osorno