Hay hechos de la historia local que pasan desapercibidos para los osorninos de origen, y con mayor razón para los vecinos que no nacieron en esta ciudad. Uno de ellos es la toma de posesión de las ruinas de Osorno en 1792.
Luego de 46 años de existencia hasta 1604, cuando fue despoblada, la ciudad desapareció entre árboles y matorrales que cubrieron toda su extensión.
Con el paso de los años se mantuvo el recuerdo entre las familias que emigraron hacia Chiloé, Concepción, Maule, Colchagua, Santiago, La Serena, Lima y Tucumán.
Aunque aparecía en mapas de la época, se perdió su ubicación, alimentando más de un mito o leyenda. Y persistió la intención de buscarla y repoblarla de nuevo. La oportunidad se presentó a fines del siglo XVIII, cuando Tomás de Figueroa viene a castigar y someter a los indígenas alzados en Río Bueno. En sus correrías pasa a las tierras de los caciques Catriguala e Iñil, quienes accedieron a entregarle la antigua ciudad de Osorno, como prueba de lealtad al rey y su rechazo al alzamiento que encabezó Queipul.
Esto se acordó en entrevista efectuada el 21 de noviembre de 1792. Al día siguiente se verificó la ceremonia en la actual plaza de armas. Tomás de Figueroa ordena una ceremonia religioso militar para la ocasión, con participación de los caciques principales y destacamento que le acompañaba. En su diario de campaña describe los pormenores y menciona a quienes tomaron parte: los misioneros Manuel Ortiz y Francisco Hernández Calzada, el comisario Francisco Aburto, el cadete Lucas de Molina, el teniente Pablo de Asenjo, el condestable Félix Flores y el sargento Teodoro Negrón. Los dos últimos pasaron después como repobladores de Osorno, y de los anteriores llegaron hijos y nietos a establecerse en la nueva ciudad, siendo principales actores de su desarrollo en el siglo siguiente.
Como recuerdo del hecho verificado en 1792, en 1942 se erigió una iglesia votiva por los 150 años de la toma de las ruinas y la repoblación en calle Felizardo Asenjo Molina, en presencia de descendientes de los mencionados, todavía activos en el quehacer local.