trabajo desde el aire
Encaramados en las alturas, estos trabajadores supervisan y ven cada detalle de las obras del nuevo Hospital San José de Osorno.
Encaramados en las alturas, estos trabajadores supervisan y ven cada detalle de las obras del nuevo Hospital San José de Osorno.
Adiós a Quelentaro
Estoy triste, muy triste.
Y aunque se de penas, cómo el saber de mi nombre
Esta pena que se esta armando,
No se detiene aunque ponga mi animo de por medio.
Me inunda los decires y hasta mis ojos vidriosos
Se me apagan cual ocaso de invierno.
Y no quiero esta tristeza, así como quise otras
Porque esta pena tiene nombre,
Tiene lluvia en la pampa sin árboles
Lleva retazos de infancia de hambre,
Y dice de un morir ajeno en soledad.
Esta tristeza es apocalíptica
Sin final entre nubes y auras,
Es una pena completamente llena.
No quiero arremangarme la manga
Y limpiarme así, como niño lloroso
Porque se, que debo ser fuerte y fiel
A no irme en las bandadas con los pájaros
Y debo llorarte aquí entre mis letras de cadáver.
Escritores
Leí con espantosa serenidad la desazón de mis colegas escritores a propósito de la falta de interés que los jóvenes muestran por la literatura. En dicho contexto, quisiera alabar la lucidez con la que doña Marta Catalán aborda una de las causas del problema. Personalmente, no creo que se trate únicamente de la falta de constancia que existe a la hora de plantear actividades de fomento, pero comparto su apreciación desde un punto de vista corolario. Los escritores tenemos que movernos, no para hacer cónclaves ni reuniones secretas. Somos nosotros los que tenemos que acercar la literatura al día a día, y para ello resulta imperativo que dejemos de transmitirla como un deber cultural. Tenemos que hacer un ejercicio de retrospectiva, recordar qué fue eso que nos llevó a leer en el primer momento, tomar ese sentimiento de alegría y llevarlo de corazón a corazón. No lograremos nada con actividades que congreguen a los interesados. Hay que meter los pies en el barro y hacer ruido. Ser inquietos. Ir a donde no nos llaman. Y eso no lo veo en mi ciudad. Después de vivir seis años en Santiago y ver cómo algunos escritores de "grandes ligas" hacen para mover a sus audiencias, he llegado a la conclusión de que el secretismo gremial no sirve para nada. Entiendo la necesidad de juntarse y debatir, pero el diagnóstico está hecho desde la noche de los tiempos.
Mi breve experiencia como difusor de literatura ha confirmado la intuición con la que abandoné las salas de clase recién el año 2004. No son los juegos de video, no es la tecnología ni la televisión lo que están matando el interés por el arte de las letras. El verdadero problema es que aquellos que enseñan literatura se ven sobrepasados por el flujo enciclopédico que manejan sus alumnos. Los jóvenes ven anime, nadan en universos virtuales complejos, en los cuales hay historias que sorprenderían a nuestra elite, si esta se diera el tiempo de considerarlos más que como entretenimientos pasajeros. Los chicos no han abandonado las historias. Lo que pasa es que hoy el abanico de posibilidades es más grande. Ya no podemos hablar del clásico triunvirato conformado por la novela, el poemario y la obra dramática. Tenemos que pensar también en la novela gráfica, en el folletín virtual y en los web-cómics, en los juegos de video que cuentan historias y en los fenómenos mediáticos que las consolidan. Tengo 25 años. Soy de la generación que vio a Goku salvar al mundo; juego Súper Mario Bros y The Legend of Zelda desde que tengo memoria, pero también soy un enamorado de Tolkien, Ursula Le Guin, Mary Shelley, Neil Gaiman y otros autores de renombre, yendo desde Esquilo al poeta que escribió Sir Gawain and the Green Knight. Me siento igual de orgulloso por citar a Coleridge que por hacerlo aludiendo a los versos de la canción escrita en japonés que abre los créditos de mi serie favorita. Esas series, esos juegos y todos esos enemigos imaginarios de los escritores hablan de muchas cosas que los jóvenes necesitan oír y que la literatura, anquilosada y adormecida, les está negando.
Abramos los ojos; no veamos sombras danzando en las paredes. No es la literatura ni la hostilidad del medio. Es el mensaje. Los escritores estamos hablando en una lengua extinta. No podemos permitirnos la tozudez de seguir anclados a la vieja guardia y, a la vez, de seguir vociferando por una desgracia de sobra conocida. Hay que retomar los códigos, desempolvar la magia. Y transmitir. No educar, o educar de veras. Nuestra misión es entregar la literatura como si fuera un regalo maravilloso, no una mochila intelectual. Presentarla como amiga, como aliada y como amante. No como algo que excluya a lo que más parece hacer sentido a nuestros chicos.
Problemas al transitar
Soy un agradecido de las obras en mi ciudad, pero no le encuentro explicación al retraso en la entrega de Rodríguez, que resulta vital para trasladarse de poniente a oriente