El debate sobre la posibilidad de instalar un sistema mixto en colegios tradicionalmente exclusivos para hombres, lamentablemente, ha servido más para sincerar prejuicios ideológicos sobre los géneros, que para ahondar verdaderamente en el sentido de la educación.
Ha sido común caer en errores históricos que desvirtúan la discusión. Cuando establecimientos como el Instituto Nacional se crearon, su condición masculina no tenía relación alguna con evitar tentaciones sexuales, como han afirmado algunos.
Tampoco se trataba de disposiciones de la Iglesia. La raíz de esta división es cultural y política, y fue determinada por los líderes de la independencia en Chile, inspirados por un modelo que ya se había promovido, por ejemplo, por los mismísimos revolucionarios franceses.
El sistema educacional debía orientarse a formar ciudadanos para la nueva república, y en esa función, solo se concebía a los hombres, que debían recibir una educación científica, humanista y militar.
Las mujeres también debían educarse para un rol en la sociedad, pero este correspondía al de formar a sus hijos en edad temprana, con el fin de orientarlos luego a su instrucción pública. Por eso, también se proyectó para ellas la organización de institutos, pero estos requerían ser distintos a los masculinos porque el objetivo y plan educacional eran diferentes.
Actualmente, los planes curriculares son comunes, y eso, al menos, relativiza la necesidad de separar colegios por género. Con todo, hay teorías que afirman que dicha división permite potenciar modos de aprendizaje y metodologías de enseñanza distintas para cada sexo.
Sea cierto o no, a eso debería apuntar el debate: a reflexionar sobre el por qué y para qué queremos educar y cuál es el mejor camino para lograrlo con éxito.
María Gabriela Huidobro, historiadora y decana de la Facultad de Educación y Ciencia Sociales UNAB