¿Nueva Zelanda en guerra? La Tierra está en guerra; desde que Caín mató a Abel. Y el viernes 15 de marzo de 2019 de esta civilización, el mundo detuvo su marcha, la televisión ajustó programas, occidente y oriente se "unieron" y los poderosos dicen al unísono que esta vez se irán con todo contra el terrorismo. Cuarenta y nueve personas fallecidas y muchos heridos. ¿Culpables? ¿La izquierda? ¿La derecha? ¿El fanatismo? ¿Brutalidad primitiva?
¿Cómo llegamos a esto? Como se sabe, desde los primeros piedrazos entre cavernícolas hasta el sofisticado y carísimo armamento bélico de hoy, mucha sangre ha corrido bajo el puente. Y ya sea por mamut, oro, imperios, faldas y/o todo tipo de conquista terrenal, incluida religiosa, el troglosapiens jamás ha dejado de buscar camorra.
Y aquí estamos, para variar en una especie de diálogo de sordos que tiene al mundo pendiendo de un hilo, colgado del ánimo de Hezbollá, Isis, el último discurso de Mr. President, los corcoveos de la tierra de las mil y una noche, la suspicacia sionista, el fanatismo terrorista o incluso de los mal entendidos derechos democráticos.
En fin, se dice que la guerra, como la farmacéutica, tráfico de droga y transgénicos, es lo que mueve el pequeño mundo de los grandes negocios; sin embargo, como es imposible comprobarlo, no pasa de ser un pelambre.
Ahora, después de ser testigos atónitos de esta crueldad sin límites, imposible no preguntarse ¿Por qué guerrean los hombres? A) Genética B) Pobreza espiritual C) Desarrollo mental incipiente D) Ignorancia supina E) Sólo ambición F) Todas las anteriores.
Por supuesto, no es uno quién para seguir haciendo el ridículo con estos comentarios y menos descifrar algún por qué. Sin embargo, no hay que ser entendido para darse cuenta que a estas alturas poco importa que tan sofisticadas sean las guerras, que tan restrictivas las leyes de "tenencia de armas", o que tan impactante la estupidez humana ni oscuros los motivos, pues detrás de cada guerra; detrás de cada arma, hay algo que nada ha cambiado: el hombre… Eso sí aterra, ¿no cree?
Vivian Arend