Desde hace tiempo que el país está acumulando una deuda significativa con los brigadistas forestales, aquellos trabajadores que con muy bajas rentas, arriesgan sus vidas en cada incendio que deben combatir, muchas veces trasladándose largas distancias para ir a colaborar con colegas que necesitan de auxilio en una labor que va de sol a sol en terrenos escarpados. Y lo del peligro no es una palabra de buena crianza. Hace pocos años, en una de las peores tragedias de que se tenga recuerdo en esta área, siete brigadistas de la Corporación Nacional Forestal (Conaf) fallecieron al quedar literalmente atrapados por el fuego en un violento siniestro en la Región de La Araucanía. Los incendios de 2017, por lo demás, de triste memoria para todo el país, arrojaron valerosas imágenes de trabajadores intentando salvar los bosques amenazados.

En este contexto, cuesta comprender el abandono que sufrieron 22 funcionarios de Conaf de Osorno esta semana, luego de combatir un incendio forestal en la Región de Aysén. Llegaron a la zona el 25 de febrero para apoyar a los colegas que luchaban contra un siniestro que afectaba 15 mil hectáreas, el más extenso de la temporada. Así permanecieron hasta el 4 de marzo, día en que debían regresar a su ciudad para lo que, se supone, era un merecido descanso.

No obstante, y tal como se relató en este diario, por culpa de una descoordinación de la propia institución que los cobija, perdieron el vuelo programado y quedaron abandonados en un refugio. Tuvieron que dormir en el suelo y se alimentaron de lo que tenían a mano, increíblemente sin ninguna comunicación, explicación ni menos ayuda que les proveyera de las más mínimas comodidades luego de exponerse a las agotadoras jornadas de trabajo.

No es justo ni digno, para ningún trabajador, que su empleador los abandone de esta forma. Cada brigadista forestal precisa de la mayor de las atenciones, en virtud de la tarea que presta y de las amenazas que tiene que sortear en su labor. Hay aquí una falta inexcusable de Conaf que, por lo demás, deja en evidencia cuántos cuidados prodiga a las unidades que resguardan el patrimonio natural del país.

Luego del merecido descanso de los estudiantes, llega la hora de enfrentar un nuevo año escolar. Ya pasó la etapa de venta de uniformes, textos y útiles escolares; no queda otra más que resignarnos e intentar que marzo no se convierta en una instancia de estrés y agobio por pagar el permiso de circulación el último día y comprar la lista de útiles cuando los precios ya pueden haber aumentado.

El sistema escolar chileno es uno de los que posee la mayor cantidad de horas al año, por ende, como escuela se debe concientizar y generar una acción propedéutica los primeros días de marzo. Para ello, es aconsejable que los establecimientos se den a lo menos dos semanas de diagnóstico y de nivelación de algunos objetivos de aprendizaje, con esto evitaremos que alumnos/as sientan la presión escolar, luego de haber sostenido más de un mes de vacaciones.

Por otro lado, está el apoyo que deben brindar los padres y apoderados. En este sentido, es crucial el contacto con él o la profesora jefa desde el inicio, esto permitirá ir acompañando al estudiante en el proceso formativo del año lectivo, y no llevarnos alguna sorpresa en el mes de diciembre. Por ejemplo, generar un horario semanal de estudios de nuestros hijos; con tal que vayan poco a poco adaptándose a la rutina de estudio. Recordar que las reuniones de apoderados, más aún las iniciales, son nucleares para tomar conocimiento de la calendarización de evaluaciones, lecturas solicitadas y por sobre manera la coordinación que se conseguirá entre profesor y apoderado.

En definitiva, debemos tomar el inicio del año escolar de manera consciente y sin el ánimo de caer en la angustia de lo que pueda suceder. Démonos el tiempo para que tanto la comunidad escolar, como los padres y apoderados se vayan adecuando a la experiencia y a la realidad del período escolar 2019, sin perder de vista el monitoreo permanente de los estudiantes con la ayuda de docentes y especialistas que se encontrarán dispuestos a colaborar en las diversas realidades educativas del país.

La escolaridad de nuestros estudiantes debe tener siempre el foco que es una formación para la vida del ser humano, y no una obligación que el sistema nos exige para que nuestros niños y jóvenes sean escolarizados para la mera reproducción de conocimientos. Si efectivamente deseamos formar personas íntegras en la escuela, tampoco podemos olvidar el aprendizaje de: valores, habilidades y la convivencia con el otro.

Carlos Guajardo, académico

de la Universidad Central