Revisemos algunas realidades: si nadie se preocupa de felicitarlo, aunque usted haya logrado el mejor contrato para su empresa con uno de sus clientes más difíciles, haya reducido en un 30% los costos de su área y no se va de la oficina sin antes haber encontrado la solución hasta el último de los problemas que afectan a su departamento, entonces, no cabe duda que hay algo que no está funcionando bien en su empresa. Si además, su jefe sólo atina a destacar sus fallos y errores, entonces, el asunto no pinta nada bien.
Es verdad que dar cumplimiento fiel al trabajo por el cual uno ha sido contratado y, además, hacerlo bien, es el deber de cada uno de nosotros, entonces, no debiéramos esperar recibir felicitaciones cuando lo que se hace, es cumplir con los objetivos propios del cargo.
Sin embargo, todos sabemos que una felicitación, una palmada en el hombro, una sonrisa acompañada de un pulgar hacia arriba, un entusiasta "¡muy bien!", etc., representan una forma de orientación y guía para que sepamos que se están cumpliendo las metas, pero además, estas "señales" son, en sí mismas, un gran aliciente y elemento motivador para continuar haciendo bien las cosas. E incluso, mejor.
Ahora bien, cuando tenemos ante nosotros a una persona que genera valor agregado al trabajo que realiza, cuando su aporte es relevante, cuando su colaboración permite que la labor del resto del equipo se eleve a un nivel superior, entonces nunca está de más entregar una felicitación a aquél sujeto que ha hecho un esfuerzo adicional en el desempeño de sus funciones.
Es cierto también que no resulta conveniente estar felicitando todo el tiempo a todo el mundo y por cualquier minucia, por cuanto todo aquello que se entrega en exceso termina por perder su valor esencial y su incentivo. Por otra parte, cuando se cae en el otro extremo, es decir, cuando tenemos lugares de trabajo donde las felicitaciones por una labor destacada brillan por su ausencia, se corre el riesgo de generar un ambiente más bien negativo y de desinterés por parte de los trabajadores, lo que puede desembocar en una desmotivación laboral, cayendo el trabajador en la "ley del mínimo esfuerzo": total, da lo mismo hacer las cosas bien, o quedarse, simplemente, en la zona de comodidad.
Si bien estas reflexiones hacen referencia a la falta de valoración en el ámbito laboral, todo lo aquí señalado también puede ser extrapolado al ámbito académico y escolar con los mismos resultados: frustración y desmotivación.
Franco Lotito C., académico,
escritor e investigador