Hay que tener mucho cuidado. ¿A pito de qué introducción de carácter penosamente literario con ínfulas puramente existenciales? Bueno, a pito de la hecatombe que estamos viviendo los católicos.
Algunos sacerdotes son pedófilos, otros homosexuales, algunos tienen hijos y algunos más son encubridores. Imperdonable, viniendo de quienes en una época, mandaban al infierno (entre otras atrocidades) a quien osara, siquiera, mirar su cuerpo. Hoy, cuando algunas víctimas tuvieron el valor de denunciar los abusos de sacerdotes, la rabia y el dolor es justificado.
Sin embargo, en medio de la farandulización de este drama, nos hemos olvidado que desde que el mundo es mundo, la pedofilia y otras desviaciones sexuales están, también, entre césares romanos, jueces, empresarios, griegos, profesores, esclavos, tíos de bus escolar, filósofos, hetero homo sexuales, etc.
Por supuesto, no es excusa; pero hoy, cuando el mundo está tan erotizado cual Imperio Romano, nadie está en condiciones de creer que es el celibato la causa de tanta "desviación genital". Como si la actividad sexual de los laicos fuera tan sana, bonita y honesta. O como si la vida sexual de pastores, lamas, rabinos, ayatolá (ulemas/jeques), etc., es garantía de mejor convivencia.
Sin duda, este flagelo tiene muchas aristas y está rodeado de intereses propios y poderes ajenos, por lo que pretender justicia es casi una utopía.
Aquí entre nos, a los católicos a su manera: los que no van a misa porque Dios está en todas partes, los que se casan de blanco, los que bautizan a sus hijos aunque jamás hablan de Jesús con ellos, los de rosario diario, los que encienden velas al santo de su devoción, en fin, a los católicos de este siglo, que si van a levantar las manos que sea para entrelazarlas, si van a cerrar los ojos que sea para una introspección y si van a pronunciar palabras que sea para una oración.
Tal vez, en medio de este descalabro, la lección que debiéramos rescatar es dejar de apuntar al otro, sea quien sea, dejar de actuar como fariseos y empezar observar nuestra propia conducta y verificar si esta se rige por nuestro discernimiento… ¿Usted qué cree?
Vivian Arend