Un reciente reportaje de este diario me ha motivado a exponer un análisis urbano sobre la contaminación aérea de nuestros espacios públicos. Postes, cables, tensores, letreros, lienzos activos y no activos invaden nuestro paisaje hasta el último rincón del territorio, siempre ocupando los espacios aéreos públicos. En el pasado justificamos los postes por la necesidad de conducir por vía aérea la energía eléctrica y las líneas telefónicas hacia cada hogar, y de paso instalar en ellos una luminaria pública. Hoy ya no se justifica, pues todo eso podría ir enterrado e invisible con un costo levemente mayor que los urbanizadores pueden absorber sin trastornos.
En el pasado, las empresas que transportaban esos servicios eran estatales y sin fines de lucro, les hicieron leyes especiales para usar el espacio aéreo gratis y darse servidumbre entre ellas colgando de sus postes todo cuanto servía a la causa. Hoy esas empresas son privadas, en su mayoría consorcios internacionales de gran poder económico y vocación lucrativa; a pesar de ello, la ley y las ordenanzas municipales se mantienen en el pasado y les regalan el espacio aéreo de las ciudades sin control. Gracias a esos postes, muchas compañías eléctricas, telefónicas, de televisión, internet, publicidad, eventos incluso políticos, utilizan el espacio aéreo de calles y veredas, instalando una telaraña de cables, tensores y letreros dispuestos sin ninguna ley, ensuciando la ciudad y haciendo un enorme negocio privado. Cuando ya no les sirve, ni siquiera se toman la molestia de retirarlo, simplemente lo dejan colgado.
La ley de uso del espacio aéreo urbano se volvió obsoleta. Una muestra son las podas de nuestros árboles, los pulmones verdes de la ciudad dependen del criterio de la empresa encargada de evitar que los cables se junten con las ramas. Creo que los cables han ido demasiado lejos por el aire, ocupan ese espacio público que nos pertenece a todos y no se conoce beneficio compensatorio para la ciudad.
A la hora de los cambios para el futuro de nuestras ciudades el espacio aéreo se transforma en una cuarta dimensión imprescindible de planificar. A la hora de legislar un nuevo plan regulador, una nueva ordenanza local, y de cuidar el espacio urbano para el futuro, no nos podemos olvidar de poner nuevas leyes para proteger y valorar el espacio aéreo que rodea nuestros edificios y cubre nuestras calles. Ya no se justifica usar el cielo gratuitamente para proteger el negocio de unas pocas empresas, ya no se justifican las instalaciones aéreas, con el valor actual de las propiedades, en ciudades modernas y nuevas urbanizaciones. Todo debe ir enterrado, dejando atrás economías mentirosas y malos hábitos urbanos.
Raúl Ilharreguy, arquitecto