Aquí estamos, 2017, chilenos divididos entre los que se creen inocentes de la dictadura comunista y los que se creen inocentes de una dictadura militar.
Es más, nunca sabremos qué hubiese pasado si los soldados no intervienen el 11 de septiembre de 1973. Tal vez no seríamos quienes somos, tal vez estaríamos haciendo cola para comprar alimento o tendríamos jerarcas reelegidos eternamente, como ocurre en algunos países vecinos. Tal vez no habría paros de estudiantes, huelga de funcionarios del Registro Civil ni de trabajadores del Banco Estado ni del cobre, tal vez ni cobre. Quizás, los vilipendiados empresarios tampoco serían empresarios y capaz que ni la nuera de la Presidenta habría podido intentar hacer negocio, dicen, con información privilegiada. Incluso, capaz que el señor Luksic no tendría la fortuna que hoy posee ni las que poseen algunas familias de parlamentarios perpetuos.
Tal vez tampoco tendríamos ningún tipo de conflicto, Hidro-Aysén ni Dominga, salud ni educación, ni matrimonio igualitario con derecho a adoptar ni Parlamento con opción a elegir.
En fin, hoy Chile sigue literalmente fracturado. Y es comprensible, pues la juventud cree que la historia es como dice la televisión: La Moneda en llamas y militares corriendo, y como a la izquierda le gusta repetir desde hace 43 años: "todo empezó ahí"…
Sin duda, la violación a los DDHH durante el gobierno militar es tan condenable como la violación e inconstitucionalidad vivida y dirigida por el gobierno de la Unidad Popular.
Sin embargo, hoy aquellos chilenos que debieron asumir "la guerra sucia", más que juzgados, están siendo demonizados en una especie de venganza institucionalizada. No sólo por autoridades y políticos (blancas palomas), también por el temeroso silencio de quienes no queremos la dictadura marxista en nuestro país.
Y aquí estamos, mientras aquellos soldados son públicamente condenados, en juicios eternos, la mitad de los chilenos, en el confort de nuestra moderna vida, estamos dejando a otros que saquen la castaña con la pata del gato… Típico de nosotros, aunque no por eso menos vergonzoso y peligroso… ¿O no?
Vivian Arend