La familia y la escuela son importantes para instruir a las nuevas generaciones acerca de las prevenciones que se deben tener con respecto a la delincuencia. Las estadísticas sostienen que este flagelo es demasiado complejo de resolver y un buen ejemplo es que la mayoría de los reclusos proviene de familias donde uno de los progenitores ya estuvo privado de libertad, es decir, se reproduce el problema, traspasando generaciones.
Variados expertos sostienen que muchos jóvenes, debido al distanciamiento emocional con sus padres o la ausencia de éstos, asumen una precoz independencia y una feble socialización porque aquellos trabajan todo el día y no se dan el tiempo para cumplir con su función de ser los primeros formadores de sus hijos.
Hay que estar atentos y en sintonía con los hijos para saber interpretar la realidad, aquilatar la contaminación del entorno social y alejarlos de las malas prácticas, antesala del delito, las incivilidades, o problemas complejos como el consumo de drogas.
Lo mismo sucede con el círculo de amigos: hay que saber quiénes son, dónde y con quiénes comparten y tener claras sus conductas para evitar la promiscuidad, el alcoholismo o la inducción a las drogas, que muchas veces conduce al delito. El consumo de drogas se ha masificado en los sectores juveniles. Por eso es clave masificar la buena formación, sustrato elemental de la educación, y elaborar políticas sociales rehabilitadoras e inclusivas.
Ciertamente se trata de un tema complejo, considerando que buena parte de los padres trabaja y tiene escaso tiempo para la crianza. Este es un factor de dificultades, sin embargo, siempre deben concretarse alertas para mejorar la comunicación en el núcleo más básico de la sociedad, que es donde se fundan buena parte de los resultados de una comunidad.
En el tema de la delincuencia, las autoridades, las policías, los tribunales tienen mucho que hacer, pero tal vez la primera y más eficaz tarea preventiva es la que les corresponde cumplir a los padres.