Las personas en situación de calle, al igual que el resto de los ciudadanos y contribuyentes del país, son distintas entre sí. Tal como cada empresario tiene una historia que lo llevó al éxito, detrás de cada anciano, adulto o joven que duerme pasando frío y hambre en los rincones de la ciudad, existen también historias de esfuerzo y circunstancias adversas que no necesariamente fueron su elección.
En algunos casos, como ocurrió con Heliberto Vidal, el abuelo de 79 años que fue encontrado por un vecino durmiendo al interior de un tubo de desagüe a orillas del río Rahue, la soledad y desocupación lo impulsaron a asumir esta realidad como propia.
En otros, las personas simplemente profundizan una especie de filosofía de la libertad, llevándola al extremo, como ocurre con Guido Vargas, quien tuvo la oportunidad de asistir a un buen colegio pero simplemente prefirió vivir su vida a concho sin importar las implicancias y las consecuencias que los excesos traen aparejados. Como también hay quienes se aprovechan de su situación y simplemente estiran la manga sin mayores aspiraciones en la vida.
A nivel local, el Hogar de Cristo -que presta alojamiento y comida a decenas de personas diariamente-, indica que el promedio de edad de los pasajeros de la institución es de 44 años y que el 80% de ellos sufre algún tipo de enfermedad mental, de grave a leve, que se manifiesta tanto en conductas adictivas como en casos de paranoia y esquizofrenia.
"En nuestro país sólo el 3% ó 4% del presupuesto del que dispone el Ministerio de Salud está dirigido a la salud mental, cuando deberíamos estar al menos en un 15% ó 20% del total, porque con esta inversión, la verdad es que no vamos a pillar nunca una salida real de apoyo a las personas que están en situación de calle o en condiciones de distinto tipo. Estamos hablando de adultos mayores que están solos, abandonados", expresa el jefe del Hogar de Cristo en Osorno, Yerko Villanueva.
Asimismo, el profesional afirma que la evidencia indica que nacer, crecer, envejecer y morir en pobreza es una vulneración grave de los derechos humanos, donde el Estado, en su condición de benefactor debería brindar protección y apoyo a estas personas a modo de reparación.
Una mirada institucional, con la que no todos concuerdan, pero que busca humanizar y dignificar a personas que iniciaron y desarrollaron su vida con claras desventajas.
"Para el Hogar de Cristo la pobreza es una vulneración de los derechos fundamentales que debe garantizar el Estado y que por desgracia y producto de toda nuestra historia no ha sido garantizada, por lo tanto las personas no han tenido los accesos ni la posibilidad de poder desarrollar habilidades y competencias que les ayuden a enfrentar situaciones difíciles, de trauma, que los lleva a buscar alternativas dañinas, debido también a que mucha de esta gente tiene problemas de depresión", asegura el jefe del Hogar de Cristo.
Las vidas de un león
Lo primero que se puede decir de Guido Vargas, es que es un gran personaje. Este osornino de 68 años ha trabajado como humorista, tony, cantante, locutor, garzón y actualmente cultiva su pasión de poeta.
La sicóloga del Hogar de Ancianos Santa María, donde está radicado desde el incendio en el Hogar de Cristo en noviembre del año pasado, lo está ayudando a postular a un Fondart para que plasme sus experiencias repartidas en decenas de cuadernos en un solo libro con la historia de su vida. Trama que a diferencia de la mayoría de los casos, no presenta los componentes traumáticos o de graves dificultades que sí vivieron otros.
Guido León -que es su nombre artístico- creció al alero de una familia estricta y bien constituida como el tercero de cuatro hermanos. Cursó la básica o primaria en esos tiempos en el Colegio San Mateo, gracias a un arreglo del obispo con su padre que le publicaba eventos y breves en el antiguo diario La Prensa, donde se desempeñaba como jefe de taller.
Luego de deambular por varios colegios termino en el liceo nocturno donde conoció a su esposa, con quien se casaría a la edad de 21 años. Pese a que solo estuvo tres años en esa condición, fruto de la relación nació Carmen Gloria, quien vive en Purranque, hoy, casada y con dos hijos, a los cuales Guido dice no conocer.
Fue la única oportunidad en toda la conversación en que se asoma la tristeza en la cara del "Varguitas", como le llaman algunos.
"Era un poco desordenado en el colegio. Era de la generación del turco Butte, un gran amigo de los que nunca desconoce, de la tienda grande que hay en el centro. Donde me lo encuentro me saluda", comenta Vargas, quien detalló que al volver a vivir con sus padres tras la separación cometió un grave error.
"Después de un tiempo viviendo con mis padres, fallece mi mamá y luego mi padre, entonces la casa se vendió. La parte que me correspondía la farreé toda y ahora me arrepiento, pero ya es tarde y al final llegué al Hogar de Cristo donde estuve harto tiempo", comenta sobre los $2 millones que se gastó en menos de un año el año '91.
"Estuve harto tiempo en la calle, yo tenía una parte en Rahue, donde había un sitio eriazo, una pampa que era puro pasto y había una chimenea grande al medio, y al fondo se hacía como una 'u' donde habían murras, así que nadie llegaba. Tenía una cuevita debajo de las murras y un cartoncito para el frío, aunque pasaba más en verano", recuerda.
El principal responsable de esto fue el alcohol y un interés inconmensurable por la libertad y la bohemia, donde dice, hizo muchos amigos.
La bebida
"Caí en el alcohol. Al principio tomaba en las fiestas, me gustaba tomar del fuerte. Después trabajé en locales nocturnos y era cosa de todos los días, fui humorista, animador, cantante, tengo varios dones. De hecho la mayoría de mis amigos me criticaban porque no los utilizaba. Pero ahí exploté el humor. Anduve en Chillán y en otros locales que tenían este tipo de show, Guido León era mi nombre artístico, todavía hay gente que me dice así", relata.
"A mí me gustó el alcohol no más, al principio por diversión y después por vicio, andaba de mal ánimo, me tiritaban las manos y cuando tomaba agua era peor, quedaba más tiritón, porque en el cuerpo tenía más alcohol que comida. A veces pasaba días enteros que no alcanza a comer en el Hogar. Y como dicen equivocadamente el alcohol mantiene y no es nada así pues, lo mantiene porque le da calorías al cuerpo pero después se va debilitando. Paré dos veces en el hospital por hipotermia, me llevaron los Carabineros una vez, después llamaron a la ambulancia, porque donde caía curado me quedaba y habían noches heladas como ahora", continúa contando.
Otra de las características de Guido es que fue muy mujeriego, algo de lo que se siente muy orgulloso, aunque lamenta no tener una compañera a su lado en el presente.
"Una vez se me juntaron tres pololas en la misma esquina, me descuidé y les di cita en el mismo lugar y hora. Cuando se encontraron empezaron a pelear y yo las miraba orgulloso, dos se fueron y una se quedó. Yo me creía Rodolfo Valentino, así me decían algunos vecinos en el barrio", cuenta mientras sonríe recordando un pasado que ya no volverá.
Entre las cosas por las que se siente orgulloso, según dijo, nunca le hizo mal a nadie y vivió la vida que él eligió con pocos arrepentimientos. De hecho, a pesar de todo se siente un hombre afortunado.
Abstinencia y realidad
Jorge Pindal tiene 43 años. Es el menor de diez hermanos de una familia que vivió sumida en la pobreza. Su padre murió cuando él tenía 4 años. Pese a su corta edad, el rostro de Pindal muestra su deteriorado estado de salud. En el Hogar de Cristo indican que presenta una cirrosis hepática compleja, aunque él afirma que los fuertes dolores estomacales se deben a una pancreatitis.
En cualquier caso, se trata de un hombre orgulloso, solitario que asume su adicción y que según él no necesita a nadie que le diga qué hacer, porque según sostiene, distingue "perfectamente el bien y el mal".
"Yo prefiero estar aquí en el hogar que donde la familia, porque con ellos puedes estar un rato, pero después ya no. Además, soy totalmente independiente, no me gusta molestar a nadie y aquí comparto con la gente que está en el hogar, porque el ambiente es bueno, es como una familia", comenta mientras conversa en el comedor con un grueso yeso en el pie derecho cubierto por un calcetín.
Su lesión se originó a raíz de la caída en una escalera cuando se encontraba en estado de ebriedad, lo que le provocó la fractura de su tobillo y una nueva estadía en el hospital a causa de su problema hepático. Hoy cumple tareas de limpieza en la residencia donde guarda reposo.
"Mi problema es grave porque no puedo tomar nada. No puedo, me hace mal. Intenté (dejarlo) y volví a caer al hospital. Me han dicho que necesito sicólogo, pero para qué si yo puedo pensar también, así que estoy sin remedios, sin pastillas, sin nada. Estuve cuatro meses en abstinencia, probé y volví a caer. No puedo tomar ni siquiera una copa chiquitita. Pero no quiero volver al hospital, así que no necesito sicólogo, el dolor es grande, así que mejor no", se promete.
Sobre los inicios de su alcoholismo, Jorge dice que consumió alcohol periódicamente durante años. "Primero eran los fines de semana, después tres días, luego era una semana, 15 días y de repente era un mes. Cuesta dejarlo, pero a veces el cuerpo le pide a uno y tiene que ponerle. Lo digo por experiencia... uno es para arreglarse, luego es para ir a trabajar, pero te queda gustando y sigues. Al otro día lo mismo y al siguiente igual. Así pasa la semana, dos semanas y cuesta. Entiendo a la gente que anda tomando; algunos se preguntan ¿cómo no va a poder?, pero cuesta, de verdad que cuesta, es difícil dejarlo", sostiene.
Pindal es ayudante mecánico, se ha dedicado a eso toda su vida, profesión que lo mantiene ocupado y con recursos que si bien son escasos, le sirven para pagar alojamiento y durante muchos años su vicio.
"Los años han pasado y qué le voy a hacer, tampoco hay que quedarse en los tiempos pasados. Hay que mirar para adelante, ser positivo y seguir. Yo sé que puedo cambiar, aunque esté cojo ahora", apunta al final de la entrevista.
En este caso, es importante relevar el rol del Hogar de Cristo en cuanto a la incondicionalidad y el apoyo que le ofrece a estas personas, porque es de ahí que nace la esperanza y la fe en la autosuperación para alguna vez darle un vuelco al rumbo de sus vidas. Al menos ese es el objetivo de Pindal. Un hombre que lucha cada día por cambiar.
EL carpintero
Tomás Monsalve tiene 40 años, oriundo de Río Bueno y carpintero de profesión. Trabajó varios años para una empresa contratista en Santiago y llegó a Osorno para hacer las terminaciones internas del instituto Inacap.
Su vida en la calle comenzó cuando su señora y su pequeño hijo lo abandonaron debido a sus problemas con el alcohol y, principalmente, porque llevaba parientes y amigos a la casa donde se quedaban bebiendo hasta altas horas de la madrugada.
Esta situación lo llevó a vivir en una pensión donde continuó relacionándose con gente que prácticamente se dedicaba al alcohol.
Así lo perdió todo y hoy duerme en el bandejón de avenida Mackenna frente al Liceo Carmela Carvajal. Sobrevive con lo que recibe de las instituciones de beneficencia y vendiendo parches curitas en el centro. Para tales efectos se asea y cambia de ropa, dice que la buena presentación lo ayuda a vender más.
Es el mayor de seis hermanos, tiene prácticamente nulo contacto con su familia e hijo. Dice que bebe para capear el frío y superar la soledad, pero reconoce que si bien "ya se me está pasando la depresión, el alcohol aún me domina".
Hace cuatro años estuvo en la comuna de Puente Alto, fue evangélico, andaba de corbata y en moto, con su guitarra, siempre bien presentado.
"En ese tiempo trabajaba en el Inacap de allá, ganaba $890 lucas y ahora como estoy en la calle no gano nada", reconoce, agregando que prefiere dormir en la calle que en los hogares y que lo más difícil es superar el miedo de ser agredido o asaltado. Es una persona que si bien en un momento pudo tenerlo todo, finalmente el alcohol lo llevó al lado frío del pavimento y, sobre todo a la indiferencia y soledad.
José Antonio Romero tiene 18 años, es de Lima (Perú) específicamente del distrito San Martín de Porres. Se fue de su casa hace poco más de seis meses debido a las constantes peleas en su familia, ya que su padre es alcohólico. Estuvo un semestre trabajando como copero en la capital peruana y cuando reunió algo de dinero, decidió venir a probar suerte a Chile gracias al consejo de un amigo. Así llegó a Osorno, donde le dijeron que podría encontrar trabajo fácilmente, pero ese mismo sábado 3 de junio, al poco andar, sufrió el robo de sus pertenencias. Hoy está en el Hogar de Cristo, donde paga su estadía trabajando en las labores del inmueble. La PDI le facilitó un papel y le dijo que debía hablar con el cónsul en Santiago para obtener la visa que le permitirá trabajar en el país. Su aspecto y forma tímida de desenvolverse refleja temor e incertidumbre sobre su futuro. Su plan es obtener la visa para trabajar y algún día terminar su cuarto medio o quinto de secundaria para estudiar la carrera de Ingeniería en Sistemas.
tomás monsalve recoge sus cosas a eso de las 9:30 de la mañana para iniciar su rutina. aunque intenta cada día volver a su vida como trabajador, dice que el alcohol lo domina.
Frío, hambre y soledad: el duro pasar de los hombres de la calle
La vida es una incógnita imposible de descifrar. Un evento, una acción o una simple decisión pueden cambiar el destino de uno o de muchos para siempre. Quienes tienen más herramientas y motivación para enfrentar la adversidad, en general logran salir adelante, pero quienes no cuentan con esa estructura de apoyo sucumben ante una insoportable realidad.
Alexander Hopkinson
alexander.hopkinson@australosorno.cl
marcelo proboste
guido vargas escribe sus poemas en el hogar de ancianos santa maría, donde reside desde noviembre del año pasado.
marcelo proboste
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Son las personas que estaban en condición de alojados y residentes en el Hogar de Cristo de Osorno. El último Censo indica que 25 viven y pernoctan en la calle.
jorge pindal, un hombre orgulloso, amante de los vehículos que hace poco más de cinco años pernocta en el hogar de cristo.
tomás monsalve duerme con una parka y varias frazadas en los puestos de la avenida mackenna para soportar el frío.
marcelo proboste
marcelo proboste