Despedida a Julia González
Durante todo 2016, usé esta palestra para comentar sobre política y poner en evidencia el malestar diocesano a causa de un mal obispo. Sin embargo, ahora no es por esto que escribo, porque al mismo tiempo que los fuegos artificiales del 1 de enero fenecían, se apagaba la vida de una gran mujer: Julia González Roe. Si bien nunca acaparó portadas, sí fue trascendente. Fue madre de Sofía, Jaime y José Luis. También fue abuela y bisabuela de varios nietos. Los valores enseñados por ella siguen haciendo eco en la vida y acciones de cada uno de ellos. Se nota demasiado. Pero esos grandes valores no los guardó para los suyos, sino que los compartió.
Yo era un imberbe cuando una mañana la sentí llegar a la casa. Como en ese entonces no existía la Jornada Escolar Completa, tenía clases en la Escuela Zenteno sólo en las tardes, por lo que estaba acostado esa mañana. Recuerdo que ese primer día fue un tanto difícil, porque esa señora que llegaba para cuidar de mi hermana y de mí no parecía ser muy simpática. Y parecía que el tiempo me daba la razón, porque ante las travesuras que hacíamos, se enojaba rapidito. Un día, los hermanos estábamos peleando como la lucha libre y no hacíamos caso a su orden de parar. Lo que no logró su voz sí lo consiguió el portazo con el que se fue. Asustados por el reto que recibiríamos de nuestra mamá, de rodillas nos fuimos por la calle suplicándole que se quede. Y se quedó.
Ella no tuvo escolaridad que exhibir en cuadros colgados en una pared. Pero no escatimó en entregarse ella misma si el deber lo dictaba para que sus hijos y nietos tuvieran educación. Así, en su casa exhibía con orgullo los diplomas de básica y media completa de sus hijos. Era su mayor logro.
Admiro su decisión de asumir el rol materno de sus nietas cuando José Luis enviudó. Aprendí que no hay límite para la empatía, para sufrir con el otro. Otra enseñanza es que por sobre leer y escribir, las emociones son el lenguaje universal. Como pasábamos todas las mañanas juntos, al exacto mediodía yo abría la puerta de mi pieza y le decía un simple y neutro "hola". Y ella me daba de almorzar. Después comprendí que ese "hola" iba acompañado de cara de hambre.
Sufrí mucho cuando por la cesantía de mi mamá ella tuvo que partir. Pero nunca se fue, porque para los momentos importantes de mi infancia y juventud, ella volvía. O cuando quería, yo iba a su casa. El destino quiso que la última vez que fui a su casa, fuera para despedirme. La maldita enfermedad la estaba aquejando y me despedí de ella sin palabras, con el lenguaje universal, sólo con emociones. ¿Por qué despedirme de ella por este medio si ya lo hice en persona? Porque de ella aprendí que hacer las cosas bien muchas veces no es suficiente, que hay cosas que requieren pasión, entrega y humanidad.
Juan Carlos Claret Pool
Estudiar en Chile
Si uno llega a conocer un estudiante la primera pregunta que le hace es: "¿qué estudias?", y la segunda, "¿en qué universidad estás?". Así se califica a un estudiante, dependiendo de cuán "buena" es su universidad. Si la universidad es denominada "buena" o "mejor", se ve al estudiante como mejor, más inteligente, eficiente.
¿Pero qué significa en verdad estar en una "mejor" universidad? Significa que a uno le acedan buenas herramientas para desarrollar sus capacidades y habilidades. Pero la mayoría de las cualidades necesarias para desempeñar en una carrera futura depende de la voluntad propia del estudiante de entrar a estudiar.
Hay una gran diferencia entre estudiar y estar. Estudiar significa aprovechar las herramientas de una universidad para enriquecer y abrir la mente. Estar significa pasar las horas de clases metido en el celular y aprenderse de memoria lo más necesario para pasar el examen. Para poder estudiar se requiere interés en la materia y voluntad de mirar más alla de lo planteado en las horas de clase, algo que hasta en las universidades "mejores" se observa infrecuentemente.
Finalizando, y sobre todo para los alumnos que ingresarán a la universidad proximamente: La universidad abre mundos, pero no los entrega.
Florian Kriener, estudiante de intercambio en la Universidad de Chile
Escándalo en la Armada
Lamentables los casos de la Armada: en la Esmeralda, guardiamarinas fumando marihuana, y en la Lynch, suboficiales instalando ingenios para grabar a tripulación femenina en paños menores o desnudas. Delitos que son investigados para hacer justicia.
Esto podría hacer pensar que han disminuidos los valores éticos en la Amada, pero las denuncias provienen de la propia dotación, y los mandos no han vacilado en tomar las medidas disciplinarias, iniciar sumarios y separar de las reparticiones a los inculpados. Esta actitud, que "no hace vista gorda" para equivocadamente proteger el prestigio de la institución y al contrario aplica todo el rigor, indica el cuidado de sus altos valores.
El hecho recuerda el refrán "De todo hay en la viña del Señor", y por qué no habría de aplicarse en la Armada si su gente proviene y está inserta en la sociedad chilena. El escándalo suscitado demuestra la buena imagen de la Armada en el país.
Marcos Concha Valencia